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Crítica de Oihane


Oihane
27 October 2020
Al lector que únicamente conozca al Dr. Jekyll a través de la cultura popular proyectada a través de películas, cómics, etc. le sorprenderá encontrarse en la genuina novela de Robert Louis Stevenson con una historia completamente diferente y de más hondo calado de aquello a lo que estamos acostumbrados en otros formatos como los anteriormente mencionados. Este novelín de 1886 (considerado así en la época ya que excedía la extensión del simple relato pero era demasiado breve para ser tenido por novela) dice mucho más por lo que esconde (paradójicamente dado su conocido argumento) que por lo que se ve a simple vista.

Conocemos así la primera parte de la historia a través de los ojos de Mr. Utterson, abogado del Dr. Jekyll, que nos relata una serie de sucesos acaecidos en torno a la figura de este ilustre personaje londinense y sus sospechas acerca de su aparente protegido, el misterioso Mr. Hyde. En la segunda parte, tendremos acceso a toda la historia narrada en primera persona por el Dr. Jekyll a través de un documento (las vicisitudes en las que éste es encontrado y leído las reservamos por no desvelar más detalles de la trama) que describe las circunstancias en las que se creó la famosa fórmula que da carta de naturaleza a Mr. Hyde, así como los acontecimientos que desencadenó su aparición.

La lectura profunda de esta obra ha vertido ríos de tinta. Por supuesto no vemos ningún monstruo como tal en la novela a diferencia del reduccionismo en el que han caído versiones más modernas de la misma. Mr. Hyde causa una cierta idea de incomodidad y de repulsión a su interlocutor pero por motivos muy diferentes a su simple aspecto físico. Ante todo hay que encuadrar la novela en el momento que vio la luz, esto es, la época victoriana. En este momento se privilegió una idea de moralidad que censuraba cualquier apetencia que no fuera considerada recta y que se saliera de la norma, a riesgo de perder toda posición social. El Dr. Jekyll no era sino un fruto de su tiempo y así vivía atormentado porque todos esos apetitos reprimidos salieran un día a la luz. Estando convencido de que esa dualidad entre rectitud y desviación moral coexisten en el ser humano, no quiso con su fórmula sino tratar de extirpar esa segunda parte de su ser y dejar así de sufrir por su espíritu atormentado e insatisfecho. Era imposible que sospechara que podía materializar de una manera tan real esa idea que tenía acerca de la dualidad del hombre a través de su fórmula dando lugar a la aparición de un ser que encarnaba todo lo malo que el espíritu del doctor encerraba a buen recaudo.

Una obra tan profunda merece ser leída y conocida por su fuente original y no solo por interpretaciones simplistas (quizás un cambio necesario ya que la mentalidad contemporánea podría no comprender el tormento de la rectitud a la que debían ceñirse las personalidades de la época victoriana) que la convierten en un cuento de transformaciones atroces y monstruos sedientos de sangre. Cabría iniciar un extenso debate acerca de la persistencia de Hyde, de sus caprichosas apariciones en momentos indeseados y de su final. ¿Quizás Jekyll se veía cada vez más identificado con los apetitos de Hyde? ¿Fueron sus remordimientos cada vez menores, su egoísmo al preocuparse únicamente por su futuro y no por los actos de Hyde? Es complicado dilucidar los motivos por los que el ego acabó convertido en el alter y al revés, sin embargo, sin desear adelantar más detalles de la trama, invitamos al lector audaz a que se adentre en el tenebroso mundo del doctor Jekyll y de un no tan oculto Hyde y juzgue por sí mismo, cual aristócrata inglés del siglo XIX, los oscuros recovecos de la moralidad de nuestro protagonista.
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