La casa de Hades

Todos los grandes guerreros tienen miedo. Solo los tontos y los que se engañan a sí mismos no lo tienen.

Se le entrecortó la voz al pronunciar la palabra «amigo». Percy era mucho más que eso. Ni siquiera «novio» le hacía justicia. Habían pasado tantas cosas juntos que a esas alturas Percy era ya una parte de ella: una parte a veces molesta, cierto, pero sin duda una parte sin la que no podía vivir.

—Volveré a por ti, Calipso—dijo al viento nocturno—. Lo juro por la laguna Estigia.

Supongo que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por las personas a las que queremos.

Plutón era el dios del inframundo y el dios de la riqueza. Tal vez esas dos esferas de influencia tenían más cosas en común de lo que Hazel creía. Entre la nostalgia y la codicia no había mucha diferencia.

Supongo que de vez en cuando todos necesitamos que nos despierte alguien que nos quiere.

Percy trató de hacerles caso omiso y se dirigió a Annabeth tambaleándose, decidido a morir defendiéndola si no le quedaba más remedio

—Sentimos llegar tarde—dijo Jason—. ¿Es este el tío al que hay que matar?

Lo prometiste, Cerebro de Alga. ¡Prometiste que no nos separaríamos! ¡Nunca jamás! —¡ Eres insufrible!
—¡ Yo también te quiero!

Psique estaba en lo cierto. Cupido era un monstruo. El amor era el monstruo más salvaje de todos.