—Puestos a pedir, ¿qué cualidades debería tener la futura señora Talbot? —inquirió con curiosidad—. Imagina que pudieras diseñarla a tu antojo.
—Una mujer es una mujer, no creo que exista más que el diseño de hermosa pero aburrida, o divertida pero espantosa. Si se me ocurriese salirme de dichos patrones, estaría cruzando la línea del soñador, y no me gusta envenenarme la mente con estúpidas idealizaciones. Aun así, y ya que me lo preguntas, contestaré que la señorita Swift ya es la mujer perfecta para mí.
«Incluso sin haberla conocido aún.»
—¿Por el hecho de ser perfecta? —se burló.
—Por el hecho de ser mi némesis. Necesito que la niña de los ojos de Londres duerma en mi cama para darles a estos infelices un motivo real para detestarme. De todos modos, si pudiera ser buena anfitriona y no entrometerse en mi forma de vida, sería el colmo de la sublimidad.
—¿Quieres una mujer sumisa?
—Oh, por supuesto. Y que bajo ningún concepto mendigue mi amor; no soportaría a una llorona pendiente de cada uno de mis pasos. Preferiría que no fuese habladora, y que al abrir la boca, soltara una estupidez que la avergonzase: así se enseñaría a sí misma a mantener el pico cerrado, siendo un florero precioso y manejable al que no deberé prestar ni la más mínima atención.
+ Leer más