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Crítica de Yani


Yani
04 July 2018
Si no leyeron libros anteriores, no conviene que lean la reseña. de todas formas, no me extenderé demasiado.

Fue mi último viaje a las sórdidas aventuras de Lestat y sus amigos colmilludos. Se evidencia demasiado la agonía de la saga (que extrañamente la autora decidió resucitar) y de las ideas que la alimentan. Se vampirizó a sí misma y quedó esto, es decir, un texto que tiene más fantasmas que vampiros, más autobiografía de un niño consentido que una crónica, más mortalidad que inmortalidad.

Tarquin Blackwood es el flamante narrador de esta nueva entrega. Su historia comienza con un pedido de ayuda, porque quiere liberarse de un espíritu que se presenta como su doble y al que llama Goblin. Y por supuesto, ¿quién mejor para ayudar que Lestat, que tiene contactos y conocimientos de varios aspectos sobrenaturales? Entonces Tarquin le contará su historia y le mostrará Blackwood Farm, una finca que está más llena de secretos que de gente (y eso que se usa como hotel…). Además de estar habitada por espíritus de antepasados que él puede ver, Tarquin está rodeado de familiares y criados que conforman un grupo muy disfuncional.

El planteo de un doble como Goblin es interesante y hasta llega a enganchar. En cierto punto se vuelve denso porque no evoluciona a lo largo de la historia, por más que parezca que sí lo hace. Son cambios mínimos que le dan una excusa a Tarquin para seguir narrando su historia, la cual carece de pocas interrupciones y de pocas apelaciones al oyente. En la mayoría de los capítulos no sucede nada llamativo, salvo todo aquello que se relaciona con la casa del pantano que está prohibida. En la otra mínima parte que queda, se intentan atar todos los cabos y no de la mejor manera. El resultado es un libro raro y desequilibrado que, además, empieza a perder la calidad de la escritura después de los primeros capítulos.

Pero la resignación de la calidad narrativa no es lo único. También pone en juego su propia credibilidad: los personajes nuevos son acartonados (el niño rico que es muy inteligente, la tía excéntrica y maternal, los profesores particulares, la jovencita promiscua), los viejos se comportan de una manera diferente a la que conocíamos, hay escenas que parecen calcadas de una telenovela (o de un libro juvenil malo) y podría mencionar un par de cosas más.

Le falta espectacularidad y le sobran diálogos y hechos que, desde mi perspectiva, no aportan nada. Incluso en escenas claves se nota que la historia está desgastada y no llegan a surtir ningún efecto en el lector, ya que son predecibles. Lo único que rescato de cierto momento importante es la locación, ya que me gustaría conocerla (eso es personal) y porque ahí parece retomar su originalidad. Tal vez se hubiera salvado si sus personajes se esforzaran menos para caer bien, pero ni eso pudieron lograr. Hay ideas que se deslizan sobre ciertos temas que resaltan la profundidad casi nula del libro.

En fin, El santuario es olvidable. Me hubiera gustado que al menos mi última incursión en estas crónicas tuviera algo de agradable, pero falló casi desde el comienzo. Y decidí que no dispongo de más tiempo (y paciencia) para averiguar si mejora en los libros que quedan.
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