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Crítica de Guille63


Guille63
12 March 2023
Más que un comentario al libro, esto es una vergonzosa confesión.

Empezaré diciendo que tuve que interrumpir la lectura tras terminar la primera parte de la novela. Argentina, años 70-80 del siglo pasado. Cinco personajes: un profesor e historiador, Marcelo Maggi, de oscuro pasado, obsesionado por un personaje argentino del siglo XIX, Enrique Ossorio, exiliado que ocupó su tiempo en Nueva York escribiendo su autobiografía; Emilio Renzi, sobrino de Maggi, escritor y heredero intelectual de su tío; un enigmático polaco llamado Volodia Tardewski y exiliado en la Argentina desde 1945; y un tal Arocena, enfrascado en la búsqueda de claves secretas en unas cartas diversas y dispersas. Todo ello envuelto en una estructura caótica donde se mezclan tiempos, voces y formas sin orden aparente y que hacía verdad el lema del propio autor acerca de la literatura que dice eso de “lo más importante nunca deber ser nombrado.”

Y aun así, no me disgustaba su estilo, todo lo contrario. Cómo no iba a gustarme un escritor tan en la línea de autores que tanto admiro como Vila-Matas o Bolaño. Es más, a cada poco tropezaba con buenísimas reflexiones ("El que no está a la altura de su deseo, decía la Coca, ese es uno a quien el mundo puede llamar un cobarde."); frases crípticas pero sugerentes (“Todo es apócrifo”); otras que me hacían gracia (“Al verlo uno tenía tendencia a ser metafórico”). Me interesaban las lucubraciones sobre lo que nos sucede, sobre lo que implica el exilio, sobre la utopía, sobre las autobiografías y el oficio de escritor, sobre la narración del pasado, sobre el poder de la palabra.

“«Tengo un solo temor… Un solo temor y es éste.» Que en la sucesiva atrofia que le iban dejando los años, en un momento determinado, pudiera llegar a perder el uso de la palabra. Ese, dijo, era su temor. «Llegar a concebirla», dijo, «y no poder expresarla…Contar es entonces para mí un modo de borrar de los afluentes de mi memoria aquello que quiero mantener alejado para siempre de mí. »”

Todo esto bien, pero ¿de qué iba “Respiración artificial”, una novela presente en cualquier lista del canon argentino que se precie? Mi respuesta no podía ser otra: ni la menor idea.

Recurrí a google y por allí encontré quien decía que esta era una novela sobre la dictadura Argentina escrita con tal inteligencia que consiguió evitar la censura. Lo malo, pensé, es que también me estaba evitando a mí.

Visto así, es verdad que hay alguna carta de las muchas recogidas en esta primera parte que podía interpretarse como testimonio de torturas; también es cierto que la propia cita que arriba expongo, y unas cuantas más, podría tener una segunda lectura; hasta el tal Arocena podría ser un censor o un represor buscando pruebas; e incluso estaba el testimonio de Maggi como activista político perseguido. Parecía que Piglia se atenía a su teoría de que el relato debía contar una historia visible en cuyos huecos se esconda una historia secreta. Y yo no encontraba sentido a la visible y la secreta, para mí, lo era en demasía.

Aun así, y con la premisa de que era una novela política, me dispuse a leer la segunda parte, un diálogo notable y entretenidísimo que entablaron Emilio Renzi y Tardewski para amenizar la espera a Marcelo Maggi, que se encontraba en paradero desconocido.

De verdad, no es ironía, me pareció muy interesante todo lo que, dice Piglia, cuentan Tardewski y Renzi o, cuenta Piglia, les dijeron otros. Muy sugerente todo lo que hablan acerca de literatura, de filosofía, sobre grandes autores y filósofos, sobre el carácter de la cultura argentina y la desaparición de su literatura, de cómo abordar el hecho de narrar, del poder del azar en la vida de cada uno de nosotros, del fracaso y su liturgia, de cómo se nos adiestra en la estupidez, de lo difícil que es cambiar aunque solo tenga sentido lo que se modifica y se transforma. Me pareció muy hermosa la historia de la mujer “increíblemente fea, de una fealdad fascinante, casi perversa”, emotivo el relato de una ventana al fondo de la sala de un hospital, fascinantes las intervenciones de Tokray, el noble ruso que pretende convertirse en un museo viviente, o la del nazi alemán Maier, ferviente creyente en la frenología, y, como no, la gran teoría de Tardewski sobre el presunto encuentro entre Kafka y Hitler.

Como digo, todo tan interesante que leía página tras página totalmente embobado… o más bien bobo del todo, porque ¿cómo enlazaba todo esto con lo anterior? La respuesta volvía a ser la misma: ni la menor idea.

Volví a google. Resulta que alguien afirma que esta segunda parte es algo así como un manual de instrucciones de cómo y por qué se había escrito de la forma en la que se había escrito la primera parte. Que el título de «Descartes» para esta segunda parte se debía a que era menos obvio que «El discurso del método». Pues vale.

Ya termino este no-comentario y confieso que, como diría el propio Piglia, he hablado y hablado porque sobre lo que es la novela no hay nada que pueda decir.


P.D. Dice Piglia, y yo estoy muy de acuerdo que “El más alto de los bienes no es la vida, sino la conservación de la propia dignidad.”

Confieso que a mí me ha costado mantener la mía durante la lectura de esta novela.
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