Memoria por correspondencia

Es imposible no conmoverse al entrar en ese lejano mundo que Emma Reyes le devela a su amigo historiador a través de esta escritura epistolar y en el cual narra en principio para él y luego para nosotros todos los episodios dolorosos de su infancia, recordados con la visión de una niña, aunque los haya escrito siendo ya una mujer adulta.
Las calamidades, el abandono, el abuso físico y psicológico del que son victimas este par de huérfanas, llevándolas a sellar pactos de silencio con el fin de anular momentos de sus vidas, es el viaje del que somos testigos en estas cartas, la visión de una Colombia geográficamente muy diferente, con cien años de cambios en su desarrollo de infraestructura y políticas, pero en la que socialmente y en los contextos prácticos sabemos que historias como la de Emma y Helena se siguen repitiendo por la ineficacia del estado y por los conflictos que aún no se detienen.
A pesar de los episodios tan dolorosos que recorremos en estas veinte tres cartas, en las que no solo presenciamos, crueldad, abusos, desconsuelo y el rechazo explicito que muestra el entorno a la protagonista por su aspecto físico, por fortuna y gracias a la imaginación infantil y vivaz de la misma, logra robarnos algunas sonrisas con sus ocurrencias, con la forma en que enfrenta el dolor y el mundo que le tocó vivir, así como nos hace plantear dilemas de fe y cuestionamientos de la importancia de generar políticas que realmente se apliquen para proteger la infancia e inocencia de todas las niñas y niños.