Los escritores son como guías, muestran senderos ajenos para que otros puedan comprenderse a sí mismos.
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Los escritores son como guías, muestran senderos ajenos para que otros puedan comprenderse a sí mismos.
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Me llamo Mari Kitty Harapi, lo que en la época comunista significaba: hija de Simon Harapi, enemigo del pueblo; sobrina de un miembro del Balli Kombëtar, traidor a la nación; sobrina de un ministro de la época de la ocupación fascista y sobrina de un embajador albanés en la Francia imperialista. Toda mi familia fue educada en el extranjero: en Padua, en Venecia, en Florencia; en una palabra, la peor y más abyecta de las burguesías. A los ojos de los comunistas no se podía caer más bajo.
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Nunca comprenderás lo que fue el comunismo albanés. En las remotas periferias de Europa se creó una Corea del Norte, un país búnker, un país fortaleza. A veces se oye decir que nuestro comunismo fue un pequeño holocausto. Al igual que no se puede contar el Holocausto, tampoco se puede contar la vida en un país que fue una cárcel. Podrás exponer hechos y contar historias, pero jamás palparás nuestro sufrimiento.
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Quien derrama sangre ajena envenena la propia.
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El sistema piensa por ti, te dice como vivir, que opinar y a quien amar. La autoridad llena cada hora de tu vida: levantarse a las seis, preparar a los niños para el colegio, ir a la fábrica, cumplir la cuota...El régimen dicta el ritmo de tal manera que no tengas ni un momento para preguntarte: ¿Quiénes somos?, ¿Qué hacemos?
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El infierno es estar a las puertas del paraíso y no poder entrar...
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–La imaginación tiene que trabajar –repetía una y otra vez–. Aquí en Albania ni siquiera sabes con qué se puede soñar porque no has visto otra cosa. Mientras que un libro te traslada en el tiempo y el espacio como una alfombra voladora: estás sentado bajo un caqui, las vacas deambulan a tu alrededor, sabes que nunca saldrás de aquí, pero con los pensamientos puedes estar en cualquier parte. Es como si no pararas de abrir nuevas ventanas y contemplaras lugares nuevos y rostros desconocidos.
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–Vivíamos igual que en El proceso –dice Shehu–. Te sacaban de casa para interrogarte y te preguntaban: «¿Qué tienes que decir?». No habías hecho nada malo, pero la autoridad tenía otra opinión al respecto, y, con su particular convencimiento, imponía el castigo a sospechosos e inocentes. Bastaba con que en la reunión de un comité dijeras algo que inquietase a alguien. Tú tal vez no eras consciente todavía, pero ellos ya sabían que albergabas dudas.
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¿De qué nos sirve la libertad?. Podemos quejarnos cuanto queramos pero de todos modos nadie nos escucha. La libertad no vale nada cuando no hay dignidad.
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El régimen lo podía todo, nos aterrorizaba con el arma del miedo. No había forma de huir de él.
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Gregorio Samsa es un ...