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Este libro rebosa ternura, de principio a fin, y ya desde sus raíces. Pero no entendiendo la ternura como algo light y cuqui. Decía el Ché Guevara que “a veces debemos endurecernos, pero jamás debemos olvidarnos de la ternura”. Y esta historia tiene las dos cosas: dureza y ternura. Ternura entendida como regalo inesperado que invita a la aventura: una expedición que va madurando día a día, con esfuerzo y dedicación, como un camino de generosidad y confianza, pero siempre desde una mirada de asombro permanente. Ternura de los gestos, de las miradas, de las sonrisas, de las palabras y de los silencios, pero también ternura de la amistad, ternura del corazón. Ternura que se expresa más allá de compartir la misma lengua porque no solo son las palabras las que reflejan las emociones. Ternura que es escucharse, reconocerse, hacerse confidencias, para inventar la vida y crear este libro que te acaricia y te hace sonreír. Necesitamos más ternura que nunca para dar luz y para calentar nuestros corazones en estos tiempos sumidos en avalanchas. Para escalar cualquiera de las “montañas” que hoy se nos plantan delante hay que abandonar miedos, dudas y comodidades y nos van a hacer falta coraje y ternura. No explico nada más porque me gustaría que su lectura os inspirara la misma ternura que a mí aunque estéis bajo otros cielos, otras montañas. |
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