—Yo me crié en San Juan. En la ladera alta. Por allí había un perrillo chico abandonado. Un pequinés que dormía debajo de los coches y estaba siempre lleno de mugre. Alguna vieja del barrio le ponía de comer. —¿Y eso a qué viene? —le escupió Cora. Tito alzó las palmas de las manos, pidiéndole tranquilidad. —Espera. Espérate un momento y escúchame. Por el barrio había perros grandes. Estaba de moda que la gente tuviera dóberman, presas canarios, pastores alemanes y todo eso. ¿Tú sabes lo que hacía el jodido pequinés? En cuanto veía que había algún perrazo cerca, en vez de salir corriendo, se le enfrentaba, ladrando. Y, si el grande se despistaba, se le colgaba de los huevos o del cuello. Así fue como sobrevivió un montón de años. —Pero ¿qué me intentas decir? —Te intento decir que Júnior será un buen perro de presa, pero que, en un caso como este, es mejor adoptar la estrategia del pequinés: dar el primer paso, plantar cara y, si puede ser, meterle una buena chascada en los cojones. + Leer más |