 |
Niños pequeños en medio de un clima frío y ventoso en extremo, que pasan sus días leyendo y escribiendo. Así es Haworth, una localidad en la región de Yorkshire en Inglaterra, donde crecieron los hermanos Brontë, nacidos entre los años 1814 y 1820. Crearon desde pequeños universos literarios ampulosos, mágicos, que escribían en diminutos cuadernos de unos pocos centímetros de lado. Lo hacían para ahorrar papel y para que su padre no lo supiera. Éste, un adusto clérigo de la iglesia local, mantenía a duras penas su familia, en un casa austera, pegada a la rectoría y cercana al templo y cementerio públicos. Si el ambiente era frío, los edificios vecinos volvían aún más lúgubre el entorno y la vida de los niños. Pero esto no les impidió llegar a ser los escritores famosos que conocemos, aunque las obras del varón no son tan conocidas como las de las hermanas mujeres. Dominando todos estos obstáculos, se empeñaron en seguir escribiendo. Ellas debieron luchar frente a prejuicios en contra de las mujeres, él, contra los férreos mandatos paternos para que llegara a ser un pintor de fama. Ellas lo consiguieron, él, no. Las hermanas fueron reconocidas y famosas por sus libros, pero el hermano no lo logró, tuvo una vida de desazón, salpicada por vicios que minaron su salud tempranamente. Creo que a la mayoría de los lectores, nos gusta conocer “la cocina” de escritura de los autores que nos apasionan. “Infernales” se trata de eso: describe deliciosas escenas de los hermanos alrededor del fuego, leyéndose unos a otros sus textos, corrigiendo, reescribiendo…elaborando personajes, situaciones, lugares e historias logradas, prolijas. La vida firmemente estructurada por los mayores, se volcó en esas rutinas de literatura, donde, desde niños -y ya jóvenes, ya adultos-, demostraron su precocidad intelectual. Quizás fue su amor por la literatura lo que los impulsó a enfrentar las dificultades propias de su familia, de su ambiente, de su salud, de sus pérdidas, de su economía, de sus enamoramientos y de los cientos de penurias que los hermanos Brontë amalgamaron entre ficción y realidad. La narración de Laura Ramos es limpia, dinámica, concreta y muy interesante. Nos hace oír el tempestuoso fragor del viento, sentir el frío tenaz en manos y pies, percibir el ímpetu en las voces infantiles cuando leen sus aventuras dramáticas, inclinarnos sobre el folio y oler el aroma de la tinta espesa, anhelar su pasión por escribir, por contar mundos lejanos e increíbles. Muy recomendable. |
>
