-¡Todo el mundo quiere a Ottis, ¿tienes un problema con Ottis, Timberg?!- le brama con el rostro al borde del enrojecimiento total.
-No, yo ta-también quiero a Ottis -tartamudea el chico -. ¡Lo amo! -declara intimidado.
-¡Entonces demuéstrale tu amor, Timberg! -le ruge y si hay algo más potente que las cuerdas vocales de Bill Shepard, no me gustaría escucharlo -¡Ve con él y asegúrate de que esté bien! Porque si algo le pasa a mi segundo receptor, yo mismo te haré puré -añade en un tono moderadamente bajo, y mis oídos parecen respirar por primera vez -.¡Y soy muy buen cocinero, Timberg! ¡Pregúntale a Beasley cómo estaban los tallarines anoche! -retoma los gritos.
El rostro del número dieciséis se cubre con desconcierto, probablemente pensando que este hombre necesita medicación psiquiátrica.
-¡Pregúntale! -insiste
-¿Cómo estuvieron lo-los tallarines? -inquiere en mi dirección.
-Muy buenos, indudablemente sápidos.