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Crítica de Ferrer


Ferrer
04 August 2019
Rafael Courtoisie Beyhaut (Montevideo, 1958) atesora una dilatada trayectoria literaria avalada por premios en Uruguay, España, Cuba y México. Además de su condición de académico, Courtoisie ha ejercido como profesor, ha traducido a autores como Carver, Plath y Emily Dickinson y está encuadrado en la Generación Tardía. La nueva editorial madrileña Nana Vizcacha, con Lucía Brenlla Russo al frente, que tiene como objetivo dar a conocer lo más selecto de la creación actual latinoamericana, ha publicado la última novela del escritor uruguayo, titulada El libro de la desobediencia.
Un Japón pretérito, sangriento, lejano pero a su vez cercano porque Japón forma parte de nuestro mismo sueño, de nuestra imaginación, es el marco donde se lleva a cabo una dialéctica entre poder y palabra mediante una meritoria amplitud temática al conjugarse la aventura pintoresca con las artes marciales, la fantasía hiperbólica, la sensualidad, la crueldad y sobre todo el humor.
La obra del versátil Courtoisie tuvo el aval de Juan Gelmán y Octavio Paz, quien destacó del escritor uruguayo “la gran precisión y a la vez una sorprendente libertad en el manejo del lenguaje”. Desde su primer poemario, Contrabando de auroras, escrito a los 15 años de edad, hasta Los puntos sobre las íes publicado este 2019, su obra no ha transitado por la narración realista de ambiente urbano, como lo demuestra de nuevo esta última entrega narrativa, un hiperbólico juego narrativo con aderezo lírico, una ficción que sigue la línea trazada, de absoluta autonomía narrativa más allá de las convenciones, por Vida de perro (1997). Una línea que le ha emparentado con el mexicano Mario Bellatin y que interpela tanto como divierte con referencias a Mishima, Murakami y Akutagawa, entre otros.
En esta novela hallamos dos claros registros: el de la reflexión sobre la desobediencia (los poetas debemos simular cumplir las órdenes y desobedecer con la máxima astucia”) y los actos cotidianos, que es la columna vertebral del libro, y el conformado por las fabulosas aventuras de los protagonistas con un tono paródico, porque Courtoisie aúna reflexión y humor y su novela no es una postal exótica gracias al ejercicio constante de la rebeldía y la reflexión. Un entramado humorístico que flirtea con el absurdo y que hace de contrapeso al efecto de desacomodo, provocado por esa crítica frontal al poder absoluto. Courtoisie logra no solo entretener al lector gracias a ese humor desvergonzado, sino también compartir con él elementos de pensamiento lejos de la novela estándar.
El personaje principal es el beodo Okoshi Oshura, alter ego del autor y caprichosa voz narrativa, un poeta solitario y pintoresco venido a menos que escribe el libro de la desobediencia (el mismo que está leyendo el lector) al tiempo que una enciclopedia en versos de los “monstruos más extraños naturales de Japón”, encargo del iracundo Emperador (personaje plano que siempre actúa cual hielo entre las flores). “Este libro está lleno de vueltas, vericuetos, poemas y otras desobediencias” sostiene Oshuna y por eso hay una atomizada hibridación estilística (Fernando Aínsa la denominó narrativa desarticulada) que cruza las fronteras genéricas, ya que, si bien en unas páginas la narración destila las propiedades de un diario, en otras un ambiguo narrador omnisciente interviene con soflamas sobre la desobediencia y sobre Oshuna, aunque es Oshuna el que nos cuenta esta historia entreverada de versos de su bestiario nipón. Detrás de ese divertimento sobre quién es el verdadero narrador del libro está el interés de esta novela, que radica tanto más en cómo se cuenta que en lo que cuenta, aunque a la obra le convendría en mayor medida que el lector conectase con lo inesperado, se preguntase más a menudo qué está pasando en lugar de qué pasará y no quisiese cambiar humor (tan abundante en el tejido narrativo) por tensión.
La hermosa e impulsiva Miniki, la otra protagonista, es la sacerdotisa de una academia de la poesía, ubicada en un recóndito templo, que reúne a su alrededor a un séquito de entregadas discípulas con una desobediencia frontal a lo patriarcal. Violenta y hedonista, lo que configura su identidad, y con carencias emocionales veladas, Miniki decide raptar a Tanoshi, la predilecta e intocable del Emperador, la insatisfecha, objeto de arrebatadas pasiones, de intrigas palaciegas, de sangre en las manos cual princesa de fábula, “la más nítida belleza que ha dado en milenios el Imperio del Sol y alrededores, la gema pura y concisa”. A estos dos personajes les acompañan en un segundo plano Neko Wal, el tatuador de la sabiduría, y las adeptas de Miniki Lui, una Casandra, la ardorosa Kameko y las disciplinadas Naoko, Hiyori y Akari para conformar una virtuosa narración de final disparatado, hiperbólico y vertiginoso, en el que “cada instante que pasa es una desobediencia del tiempo.”
Entre la desmesura y la alegoría, puro Courtoisie.
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