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ISBN : 8422629747
Editorial: Círculo De Lectores (30/11/-1)

Calificación promedio : 5/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 07 March 2023
“En aquella época incluso nuestros padres tenían presta la palabra «cobarde» para echárnosla al rostro.”

¿Por qué leer otra novela de guerra? Total, seguro que ya están convencidos del horror que es toda guerra, de que la mayoría de ellas solo sirven a los intereses de unos pocos, esos que en tiempo de paz joden a los que morirán por ellos y los mismos que seguirán jodiendo a los que queden con vida después. Entonces, ¿qué puede aportar otra novela sobre los desastres de la guerra?

Nada más y nada menos que una lectura estremecedora, vibrante y brillante. Una novela que les arrojará en medio del fregado, directo a las trincheras. Estarán ante un relato que se lee con la misma rapidez con la que les gustaría salir de allí, nada se interpone en la carrera con la que los ojos recorren con ansiedad sus frases cortas, directas, sujeto, verbo y predicado, pocos adjetivos, diálogos concisos y precisos, mucha acción, una acción que les dejará con el corazón encogido.

“Teníamos dieciocho años y empezábamos a amar el mundo y la existencia; pero hemos tenido que disparar contra esto. La explosión de la primera granada nos destrozó el corazón. Estamos al margen de la actividad, del esfuerzo, del progreso… Ya no creemos en nada; sólo en la guerra.”

Yo, que he tenido la desgracia de hacer la mili, me siento absolutamente identificado con todo lo que cuenta el soldado Paul Baümer sobre sus jornadas de instrucción previas a su marcha al frente. La impotencia que se siente ante el abuso de poder que es norma en los que ostentan el mando, mayor cuánto menor es su graduación (“y cuánto más cagones eran en la vida civil, más ínfulas tienen aquí”), sus bromas soeces, su ensañamiento con los más débiles delante de toda la compañía (con los homosexuales no, esos tenían su tratamiento en privado, no quiero ni imaginar cómo). Yo he vivido la humillación del corte de pelo al cero, la aparente estupidez que es tener que fregar un suelo diez veces para que el cabo vuelva a ensuciarlo intencionadamente y fregarlo por undécima vez, el trato vejatorio, indiscriminado y gratuito, los castigos generales ante infracciones individuales… Todo es así durante la instrucción, una forma de negarnos la individualidad, sí, en efecto, de convertirnos en soldados. Aunque etimológicamente la palabra “soldado” se refiera a la persona que recibe un sueldo, no deja de ser una maravillosa coincidencia que en castellano sea también un sinónimo de pegados, ligados, los que se mueven a una, todos juntos, a la vez, solo obedeciendo órdenes, sin pensar nunca por sí mismo ni en sí mismo pues no eres más que un media mierda que no pinta nada si no es formando parte del grupo (“ya no son hombres, son una columna”).

Afortunadamente no he vivido ninguna guerra, por lo que no he podido sentir la importancia que tiene la tierra para un soldado cuando, pegado a ella, hundida en ella su rostro, oye el estruendo del fuego enemigo sobre su cabeza. Tampoco he sufrido el cólico del frente en mi bautismo de fuego ni un ataque de delirio en medio de una avanzada, ni como la oscuridad enloquece, tiembla y se enfurece, o la angustia hasta comprobar que efectivamente la máscara antigás estaba bien cerrada. No he tenido que cargar con un soldado herido sabiendo que solo estoy retrasando su muerte unos días en los que sufrirá terribles dolores, ni he tenido que enfrentarme a su madre para darle la noticia de su muerte, ni nunca me ha importado saber que el vientre es el mejor lugar para clavar la bayoneta porque no se encalla como en las costillas o que es mejor tener el estómago vacío en el caso de recibir justo ahí una bala. Jamás he tenido que intercambiar comida por cigarrillos, ni lanzar una granada hacia la zona donde dos ojos me miran fijamente. No he tenido que odiar a otros hombres hasta querer matarlos ni he sentido el odio de otros hombres que querían darme muerte, no he confiado mi vida a unos camaradas, ni ellos la suya a mí. No me he atormentado pensando en la mujer del hombre al que acabo de asestarle tres puñaladas, ni he sentido con terror como el azar se impone como dios de mi destino. Nunca he visto a nadie seguir corriendo aunque ya no tenga cabeza, o sin pies, destrozándose los muñones buscando refugio, a nadie sujetándose los intestinos que le cuelgan, a cuerpos sanguinolentos enganchados en las ramas de un árbol, a hombres sin boca, sin rostro, nunca he sido herido en el vientre, en la columna vertebral ni me han tenido que amputar brazos o piernas, no me han destrozado los maxilares ni hecho desaparecer mi nariz ni cegado mis ojos, no he sufrido heridas en los pulmones, en la pelvis, en las articulaciones, en los riñones o en los testículos… En fin, nunca he sentido, como Paul Baümer, que nunca podré volver a tomarme en serio la vida, que me repugna su insignificancia, que todo lo escrito, hecho o pensado hasta ahora por cualquier ser humano ha sido inútil si todo esto sigue siendo posible, y todo porque nunca he estado en el frente.

“Mientras ellos seguían escribiendo y discurseando, nosotros veíamos ambulancias y moribundos; mientras ellos proclamaban como sublime el servicio al Estado, nosotros sabíamos que el miedo a la muerte es mucho más intenso. Con todo no fuimos rebeldes, ni desertores, ni cobardes; amábamos a nuestra patria tanto como ellos y al llegar el momento del ataque, nos lanzábamos a él con coraje. Pero ahora distinguíamos. Ahora habíamos aprendido a mirar las cosas cara a cara y nos dábamos cuenta que, en su mundo, nada se sostenía. Nos sentimos solos de pronto, terriblemente solos; y solos también debíamos encontrar la salida.”
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