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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
17 December 2017
Didac Macià es uno de esos personajes que posibilita que todos los caminos se abran a la esperanza y la experiencia, facilitando así la llegada de la humanidad a rincones olvidados y blindados por las guerras y miserias de todo tipo.

¿Qué cualidades deben poseer estos personajes? Para realizar esa labor facilitadora considero que deben ser múltiples y variadas, aunque el altruismo y el desapego son dos cualidades sine qua non; sin ellas, uno no deja su zona de confort para instalarse en lo desconocido y peligroso, sin garantías ni redes de seguridad... e incluso pagándose la mayoría de los gastos y llenando la mochila solamente de sueños, lápices y libros...

Todo lo anterior lo digo con verdadera admiración, pues me sorprenden y admiran todas estas personas reflejadas en Didac Macià, que consiguen materializar sus sueños, y al mismo tiempo reciben ese baño de cruel realidad. Él, capaz de identíficar y diferenciar lo bueno de lo menos bueno, y lo menos bueno de lo terrible y sin sentido.

Pero para desarrollar esa capacidad debe desprenderse de una dosis importante de ingenuidad, esa cualidad que, unida a sus sueños, le ha embarcado en una difícil empresa ubicada en un complicado país. En el momento en que Didac Macià pone los pies en la tierra, es consciente de dónde y con quién se encuentra; es entonces cuando aparta sus sueños para vivir plenamente la realidad con sus correspondientes experiencias, y cuando hablo de experiencias me refiero a todas las vividas: las buenas y menos buenas.

En sus malos momentos, cuando conoce las peores, injustas y crueles cualidades humanas, también se ve reconfortado por otras que equilibran su realidad y su mente, descubriendo la bondad, la hospitalidad y el desapego en otras gentes, abandonadas y explotadas, pero que saben encontrar fuentes de alegría y cotidianidad en su día a día.

Desde nuestro sillón, aquí recogiditos y acomodaditos, observamos y entendemos, conforme avanzamos en nuestra lectura, la aventura casi suicida de nuestro protagonista... y digo suicida por la dosis de ingenuidad y desconocimiento que atesora. Tiene ilusión, firmeza y propósito, pero todo esto choca con su realidad. Durante las primeras páginas me preguntaba cuál sería el momento en el que nuestro protagonista se sacudiría esa ingenuidad para tomar conciencia del presente y de las distintas presencias de ese nuevo escenario. Aun así, los peores momentos, con las peores personas, le enseñan que incluso ahí hay esperanza... hay humanidad.

(Por cierto, el encuentro con los tuareg ha desempolvado en mi mente uno de los libros con los que tanto disfruté, Tuareg, de Alberto Vazquez-Figueroa, maravilloso libro que me hizo viajar por el desierto...)

Retomando el hilo, El último rey de Africa nos traslada a la realidad de un continente donde, en algunos países, los conflictos y las desigualdades, las guerras y el terror conviven con lo bueno de las personas, con esa inocencia primigenia que es el motor que mueve a los nuevos héroes, personas que se desprenden de su ego y se entregan a causas casi imposibles demostrándonos de alguna manera que siempre hay esperanza.

Esa esperanza queda reflejada en todos los maravillosos y diversos paisajes que proyecta el continente, retratados, en mi opinión, muy acertadamente por José Antonio Quesada Coves, pues, además de viajar, el autor, por medio de sus personajes y la narración en primera persona, teje una trama que sin duda recala en el lector, despertándole de su insensibilidad y haciéndole consciente de las nuevas realidades, aquellas que hay que mirar de frente, no de reojo, para valorar y disfrutar de la novela en todos sus términos.
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