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Este volumen, el primero de los siete de la obra, se divide a su vez en tres partes muy diferentes entre sí. En la primera parte, el sabor de una magdalena mojada en tila despierta en la memoria del protagonista los recuerdos de su infancia en Combray. Así Proust nos presenta a un niño enfermizo que necesita el afecto constante de su madre. A partir de él y de sus recuerdos del paisaje, de las sensaciones y de las gentes del pueblo, Proust irá reflexionanando acerca de la memoria, los recuerdos y el paso del tiempo. Esta parte me ha parecido una genialidad y me va a dejar poso como lectora y como persona. La segunda parte sucede en París unos años antes de la primera y nos explica la historia de amor entre Swann, uno de los vecinos de Combray, y Odette, una mujer de vida licenciosa; . Los vaivenes de este romance harán que el autor nos muestre los entresijos de una relación que acaba siendo tóxica y convierten esta parte en una reflexión sobre el amor y la hipocresía de las relaciones sociales de la burguesía y la aristocracia. Finalmente, en la breve tercera parte, volvemos a reencontrarnos con el niño de la primera parte, que ya es casi un adolescente. Proust nos esboza el amor que éste siente por Gilberta, la hija de Swann. De este libro me quedo sin duda con la primera parte. A pesar de ser la más densa e introspectiva, es la que me ha sumergido de lleno en el universo de Proust y me ha hecho reflexionar sobre los recuerdos de mi infancia con mayor nitidez y sobre aquellos sabores y olores que me trasladan a un lugar feliz. El estilo del autor no es sencillo; utiliza frases largas llenas de subordinadas, pero una vez te acostumbras es como si estuvieras dentro de su cabeza y te dejaras llevar por sus pensamientos. Es verdad que la escasa acción de la novela puede hacer que por momentos el lector se aburra, como me pasó en gran parte de la segunda parte; por eso, para saborear y disfrutar más esta lectura, creo que es mejor leerla poco a poco, saboreándola, e irla intercalando con otro tipo de libros. |
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