«Si te acuestas con un burgués, no eres mas que una puta, pero si lo haces con un rey, eres una favorita; el matiz es sensible y suena mucho mejor, no?»
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«Si te acuestas con un burgués, no eres mas que una puta, pero si lo haces con un rey, eres una favorita; el matiz es sensible y suena mucho mejor, no?»
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«Yo he sido esclava de mis pasiones pero nunca de un hombre.»
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La vida continúa y son otros los que ocupan ahora nuestro hueco de gloria. Pero no por mucho tiemo, sólo hasta que ellos también se hagan viejos y desaparezcan de las portadas para reaparecer a lo grande en una necrológica.
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El poder total implica no amar; en realidad se trata de la conocida maldición del Don Juan: quien conquista no ama, le resulta imposible...está demasiado inmerso en la impostura de la seducción como para fijarse en el objeto deseado.
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En tantos años de vida mundana he aprendido esta discreta manera de acabar una conversación que se alarga demasiado. Con cariño se van dirigiendo los pasos de nuestra visita hacia la salida, muy despacio, pero con mucha firmeza. Tengo comprobado que siempre que lo que se cuente sea lo suficientemente interesante, el interlocutor apenas repara en que lo estamos echando. Para cuando termine la historia, él o ella estará al otro lado de la puerta con una sonrisa pánfila y la pequeña gloria de haber conocido una historia malvada.
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Una mujer liberada podía (y debía) tener amantes, podía también subirse a un escenario y coquetear con el arte, siempre que lo hiciera desde el cómodo estatus de esposa excéntrica o, si era rica, desde la aún más confortable plataforma de una extravagante millonaria. Trabajar para vivir, en cambio, erea imperdonable, era `desclasarse´ y eso constituía el peor de los pecados. Porque una época tan brillante que se vanagloriaba de bendecir una fraternité entre ricos y pobres, en realidad ésta no afectaba más que a las formas, nunca al fondo. Príncipes y vagabundos podían coincidir en los mismos lugares de entretenimiento y emborracharse con una misma botella de absenta, pero una vez disipados los vapores del alcohol la fraternité desaparecía junto con la resaca y el dolor de cabeza.
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Pecado social era casar mal y pecado mortal divorciarse, sobre todo para las mujeres, quienes, a menos que pertenecieran a una familia muy rica, utomáticamente perdían todo respeto...
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Carolina entendió desde el principio el romántico ascendente que la Belle Époque entregó a las cortesanas y lo explotó al máximo. Es cierto que dichas actitudes provenían, una vez más, del eterno paternalismo masculino, pero al mismo tiempo daban libertad y, sobre todo, otorgaban poder a las mujeres que se atrevían a jugar el juego. Un poder, como se verá, casi ilimitado.
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La moral de la época era una mezcla de pacatería decimonónica y osadía pagana, la Belle Epoque se escandalizaba ante algunas cosas y aceptaba impertérrita actitudes que aún hoy se consideran tabú, como el lesbianismo. El lema de la época « haz lo que quieras » tenía una limitación muy clara : los compartimientos estancos que separaban a las clases sociales. Una persona podía hacer lo que quisiera salvo desclasarse : casarse bajo su condición o divorciar.
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Paris, que trataba de olvidar la guerra franco-prusiana con una joie de vivre, donde surgían nuevas creencias en lo que respecta a la religión y la moral, que se hace permisiva. La consigna era disfrutar de la vida y pasarlo bien con el lema « haz lo que quieras », pero eran placeres reservados a la pequeña y mediana burguesía excluyendo a la clase obrera. Era la época dorada del azar y el juego formaba parte inexcusable del ocio de la clase alta. También encajaba con la época el talante de los duelos, los suicidios y la romántica costumbre de adorar a las horizontales. En aquella época imperaba la palabra honor ante todo, honor de batirse en duelo, de volarse los sesos, de envenenarse, de ir a la guerra, de mantener una actitud impasible frente a los caprichos del destino.
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¿A quien baila Raquel en la fiesta en la casa de los hidalgo?