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Crítica de Carampangue


Carampangue
07 March 2020
Knockemstiff es el nombre de un pueblo real, perdido en una hondonada del estado de Ohio. Y en este libro Knockemstiff es algo así como el sótano olvidado del sueño americano, el vertedero donde la familia Ingalls botaría su basura.


Porque estamos aquí frente a cuentos feroces, horribles. Estamos frente a las historias de gente que no tiene redención, porque nunca tuvo oportunidad, para empezar. Y si hubieran tenido alguna serían demasiado estúpidos para alcanzarla de todos modos. Historias llenas de familias disfuncionales, de padres ausentes, violentos o drogadictos, de madres que si escapan de las drogas es para caer en la tele y el alcohol, de hijos violentos, todos víctimas y todos agresores, cada quien intentando hacer el mayor daño posible a los demás. Aquí no hay gota de romanticismo, Donald Ray Pollock no intenta hacer más suave ni amable nuestro viaje: todos los personajes son víctimas de su destino, sí, pero también son unos desgraciados que no dudarán en saltarte a la garganta si tienen oportunidad.


Con una prosa clara y limpia, que no adorna nada porque estamos ante una realidad que tampoco necesita adornos, nos enteramos de historias como la de la mujer de mediana edad que recurre a su sobrina gorda pero linda de cara para que la ayude a levantar adictos en el bar del pueblo, embrutecerlos con drogas o alcohol y llevárselos a la cama, y cómo la sobrina prefiere hacer eso antes que quedarse en casa con su marido demente, al cual cuida en casa porque tampoco tiene donde llevarlo. O la del par de idiotas que se roban un montón de pastillas (el comercio de anfetaminas se lleva un altísimo porcentaje del PIB de Knockemstiff, por cierto), y se gastan el dinero en coger con chicas de dudosa higiene e inteligencia (pero respetable aguante), en beber whisky barato, en drogarse y en desperdiciar su sueños de salir de ese pueblo algún día, mientras uno de ellos, incapaz de cocinar un pollo en una fogata, termina comiéndoselo crudo. Así de imbéciles pueden ser los chicos de Knockemstiff.


Algunos de los personajes van apareciendo en varios cuentos: estamos ante un universo. Hediondo y miserable, sí, pero universo. Es un pueblo pequeño, y sus habitantes se relacionan entre sí. Y sin embargo, a pesar de la patética colección de horrores de Donald Ray Pollock, quien escribe en una línea similar a Charles Bukowski o John Fante, sus historias no se basan en el morbo de las desgracias. Son historias humanas, en las que podemos entender lo que pasa dentro de las cabezas de los palurdos que las protagonizan: podemos entender su desesperación, su angustia, su presente espantoso y sin posibilidad de futuro, como una carretera eternamente recta. Podemos entender que no toman mejores decisiones porque simplemente no pueden: las buenas decisiones están lejos del alcance de sus cabezas.


Un libro duro, muy cruel, que puede ser entendido como crítica social a un país que promovió el individualismo, la competencia y la búsqueda de la felicidad, y luego le dio la espalda a los que no fueron capaces de seguir el paso. Puede leerse como la historia de la lenta destrucción de un pueblo y todos sus habitantes. Puede leerse como la crónica de la vida de personajes derrotados, de un millar de chinaskis rurales. Puede leerse con la boca abierta, asombrados de la enormidad de las brutalidades y desgracias que pululan por sus páginas. Pero, a pesar de todo, es un libro que no puede leerse con una sonrisa: Donald Ray Pollock no ha querido escribir estos cuentos para exponer al escarnio a sus personajes.
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