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Estructuralmente este es el relato un poco más pesado de todos los que leí hasta ahora, porque empieza en forma de ensayo se podría decir, donde explica qué es el demonio de la perversidad, cuáles son las características que lo identifican y qué es lo que esta enfermedad o impulso lleva a la persona a hacer. Durante las últimas páginas la manera de narrar cambia por la de la perspectiva del protagonista contando su historia y cómo le afectó su demonio. En esta historia Poe decide adentrarse en lo que ya vimos plasmado en El gato negro (por ejemplo), que llama El demonio de la perversidad: hacer el mal porque podemos, porque sabemos que es lo incorrecto y por la adrenalina y emoción que provoca. No necesariamente tiene que ser algo ilegal, simplemente es esa necesidad de auto-destrucción. Lo explica a través de la metáfora de un acantilado: "[...]Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente nos quedamos. En lenta graduación, nuestro malestar y nuestro vértigo se confunden en una nube de sentimientos inefables [...]" ¿Les soy honesta? Por fin le puedo dar un nombre a esa sensación. No, tampoco es que mañana me vaya a levantar y mate a la perra, pero por fin puedo decir "esto existe y tiene un termino", aunque sea en la ficción. |
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