Arranca BRUTAL. Ana, de diecisiete años, es encontrada quemada y descuartizada en un terreno baldío. ¿Qué pasó con Ana? ¿Quién lo hizo? Preguntas latentes a lo largo del libro. La respuesta está a cargo del testimonio en primera persona de sus personajes.
Esa es la trama. Pero Piñeiro se sirvió de ella para denunciar.
Este libro es una clara denuncia a las religiones, más bien a los fanáticos dentro de las religiones, esos que defienden la religión por encima de todo. Aunque en ese todo incluya herir a la familia, separar a los que se aman, juzgar al prójimo, darle la espalda al necesitado/equivocado. Creyendo que están haciendo lo correcto. La dualidad tan conocida (y que no explicaré).
al final, alguien que también es víctima Y NO LO SABE (a veces).
Pero la autora hace un llamado a la atención, te hace RESPONSABLE de no ser víctima de una religión, aprende a discernir (pide a gritos), y esto lo coloca en el padre de Ana el personaje más viejo (OH SORPRESA). Siente, sufre como su esposa e hija mayor están cegadas de fanatismo, al punto de aceptar el terrible crimen como “designio de Dios”. Se dedica, treinta años después a investigar junto al detective joven que se encargó del caso en aquel entonces y deja una carta post mortem para ser leída por su nieto y otra de sus hijas ausentes.
Este nieto es hijo de la hija que vive con él (la fanática) a quien el chico rechaza (obvio) y su tía es la otra hija, la que huyó de casa después de la muerte de su hermanita. Ambos hermosos, lindos personajes, y ambos ateos. Usa a estos personajes para rebelarse contra aquello que los ha separado y que los daña.
En la carta va el descubrimiento que hizo de aquel terrible suceso (pobre hombre) y pide que su nieto encuentre a su tía y juntos lean la carta. Los unió para que se apoyaran, para distribuir el dolor, pero también para cerrar la incertidumbre. Duele más no saber. Y sobre todo para que ellos dedujeran, lo que él sabía y no se permitía aceptar. de tan obvio, era demasiado doloroso.
Claudia Piñeiro saco el sable. A sablazos temas como las apariencias, la familia y la religión. Siento, creo, especulo, que alguna decepción religiosa le llevó a escribir un libro tan duro. A mitad de camino, ya se intuía que iba a pasar, como se iba a desarrollar, solo que el lector espera que no sea así, por escabroso. Pero es.
Este libro va dirigido a los que, teniendo fe, cuestionan. Si una sola persona puede ver el dogmatismo que le han obligado a aprender, que le ha robado su capacidad de raciocinio, ya ha valido la pena. Prohibirte “cuestionar” es la trampa mortal.
Deconstrúyete para reconstruirte. Desaprende y vuelve a a prender. Lo bueno y lo malo no tiene “mantras”. Clasificar y juzgar son antagónicos de bondad.
Buen libro, brutal, lo recomiendo mucho.
“No creo que cuestionar las cosas sea una enfermedad. La obediencia ciega sin cuestionamientos es la enfermedad” Spinoza
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