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RAMÓN; BUENAVENTURA (Traductor)
ISBN : 8483463296
560 páginas
Editorial: Debolsillo (01/09/2017)

Calificación promedio : 3.83/5 (sobre 3 calificaciones)
Resumen:
Reunidas en un solo volumen las tres primeras novelas protagonizadas por Nathan Zuckerman y, como epílogo, una pieza genial: La orgía de Praga. Este volumen reúne las tres primeras novelas -y una nouvelle- protagonizadas por Nathan Zuckerman ­La visita al maestro (1979), Zuckerman desencadenado (1981) y La lección de anatomía (1983)­, el álter ego de Philip Roth. En La visita al maestro, un joven Zuckerman en los inicios de su carrera visita a su mentor en Nueva... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 13 March 2023
LA VISITA AL MAESTRO

“Trabajamos en la oscuridad: hacemos lo que podemos; damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión, y nuestra pasión es nuestra tarea. El resto es la locura del arte.” (Henry James)

Aunque unos años antes había aparecido en otra de sus novelas, es en esta en la que Roth afianza su relación ficcional con el personaje de Zuckerman, al que se mantendrá ligado el resto de su carrera. Siendo así, su alter ego no podía empezar de cualquier manera.

Zuckerman entra por la puerta grande al enfrentarse como escritor, o más bien como el escritor que lleva camino de ser, a una de las grandes obsesiones del autor y del futuro personaje. Roth construye aquí un relato jamesiano en el que se cuestiona el oficio de escribir, el compromiso que el autor contrae con su arte y el efecto que ello tiene en la forma de relacionarse con el mundo y viceversa. Por supuesto, todo tenía que ser tratado con ironía, no pudiendo faltar una masturbación, al menos, ni golpes de efecto, incluida, si es posible, una relación cuasi incestuosa con drama matrimonial incluido, así como la aparición de un personaje extraordinario, que no desvelaré para no estropearles la sorpresa, que será la protagonista de una novela dentro de la novela.

“Pureza. Serenidad. Aislamiento. Toda la capacidad de concentración, toda la exuberancia, toda la originalidad que uno pueda poseer, dedicadas en exclusiva al extenuante, exaltado y trascendente cumplimiento de la vocación… Así es como yo viviré.”

Un joven Nathan Zuckerman busca padre literario, y la aprobación que no consigue de su padre biológico al que se encuentra enfrentado a causa de un relato en el que su propia familia judía no sale bien parada, en su visita a la solitaria casa donde reside Lonoff (¿Bernard Malamud?), escritor dedicado en cuerpo y alma a dar vueltas y vueltas a las frases, aunque tal integridad y dedicación, como ustedes estoy seguro de que desearán descubrir, no sea tan pura como pudiera parecer. En el polo opuesto está aquel que fue su primera opción como mentor literario, y también su primer fracaso como tal, Félix Abravanel (¿Norman Mailer?), un autor con un estilo literario y vital caracterizado por la exuberancia.

Una novela de esas que llaman de crecimiento y con un claro corte autobiográfico que funciona como una máquina perfecta en la que cada pieza juega su papel de forma impecable en esta clásica novela corta de tan solo 130 páginas. Roth, por lo que a mi respecta, tiene un puesto asegurado en esa lista de autores que servirá siempre de bochorno para los miembros del jurado del premio Nobel, misoginias aparte.

“No hay modo sencillo de ser grande.”


ZUCKERMAN DESENCADENADO

“Él, que hizo fantasía de los demás, ahora es fantasía de los demás.”

Nuevamente nos las vemos aquí con un Nathan Zuckerman envuelto en un juego metaliterario y autorreferencial en el que el autor sigue dándole vueltas, de forma muy divertida, eso sí, a la repercusión que tuvo en su vida la publicación de «El lamento de Portnoy» («Carnovsky» en la novela), sus problemas por la supuesta lealtad y responsabilidad debida al pueblo judío y las implicaciones de esta supuesta autorreferencia sobre las personas de su entorno, rápidamente identificados por críticos y público con personajes de la novela.

Lo curioso de ello, aunque era bastante previsible, es que la publicación de esta segunda entrega de la tetralogía desencadenada volvió a demostrar la imposibilidad de cerrar ciertas bocas que sienten una necesidad imperiosa de mantenerse abiertas, pues por mucha ironía y humor con el que el autor envolvió el absurdo de las acusaciones de las que fue objeto y por muy esperpéntico que fuera el despliegue de los problemas que le supuso la notoriedad tras su publicación, muchos vieron en este nuevo relato la confirmación del justo acoso al que fue sometido en su día, la aceptación por su parte de todas las acusaciones recibidas y la correspondiente solicitud de perdón en forma de autoflagelaciones varias.

“Deslumbrante, pero no profundo. Es algo que tenía usted que escribir, para volver a empezar de cero. Y, por consiguiente, es incompleto, le falta refinamiento, se queda en fuegos de artificio. Pero lo comprendo. Incluso lo admiro. Intentar hacer las cosas de otro modo es la única forma de ir mejorando.”

El caso es que sí, Nathan Zuckerman se sentía desencadenado cuando escribió «Carnovsky», o pretendía estarlo, pero ahora se descubre añorando las cadenas. Es su sino, estar siempre entre dos polos, queriendo estar en uno inmediatamente después de llegar al otro.

Divorciado dos veces, Nathan acaba de romper con Laura, su última pareja, una heroína de las causas perdidas a la que él distanció de sí mismo con la publicación de su última novela y ahora echa una jartá de menos, y que eligió, según ella misma le reprocha, para alejarse del modelo de “mujeres dependientes y temblorosas que habías tenido antes”.

“Ni siquiera es la virtud de Laura lo que te aburre a morir: es tu propio rostro respetable, responsable, lóbregamente virtuoso. Y con razón…no te cuadra en absoluto la mafia de la virtud…Lo de Laura es la causa de la rectitud, lo tuyo es el arte de la descripción.”

Así le echan en cara sus editores las ganas que tenía de cambiar su vida, de dejar de escribir esas novelas correctas y responsables mientras que ahora…

“…estás sintiendo más que nunca tu propia aniquilación. Lo que es más: ahora te saca de quicio que todos ignoren lo correcto, responsable y pavorosamente virtuoso que eres en realidad.”

Vapuleado por el mundo judío, sin la mujer que ama y asfixiado por su fama (los momentos más divertidos son los que Nathan comparte con Alvin Pepler, protagonista de un escándalo de concursos televisivos amañados, sí, el Herb Stempel de la película Quiz Show que también funciona aquí como reflejo de lo ocurrido a Nathan, y supuesto admirador del autor que acaba acusándole de robarle para su novela todos sus traumas y chantajeándole por ello), Nathan se tiene que enfrentar a las trágicas repercusiones que su novela ha tenido en su familia.

Realmente es un tres estrellas y pico, pero me lo he pasado bastante bien con las patéticas peripecias del personaje, tanto como me ha conmovido su situación familiar, así que redondeo al alza.


LA LECCIÓN DE ANATOMÍA

“Lo malo no está en que todo tenga que ser un libro, sino en que todo pueda ser un libro; y nada puntúe como vida mientras no sea libro.”

Un poco llorón sí que es este Philip Roth, cuando coge una perra… una vez más saca del cajón a su querido Zuckerman para endilgarnos un nuevo discurso sobre lo jodido que es dedicarse a la literatura, lo jodido que es tener éxito, lo jodido que es vivir “sin amamantar un libro que lo amamantara a él” y lo mucho que jode y con cuántas lo hace.

“Asustado del éxito y asustado del fracaso; asustado de que lo conociera todo el mundo y asustado de que no lo conociera nadie; asustado de ser un raro y asustado de ser normal; asustado de que lo admiraran y asustado de que lo despreciaran; asustado de la soledad y asustado de la compañía; asustado, tras Carnovsky, de sí mismo y de sus instintos, y asustado de estar asustado.”

Aunque esta vez sí que parece estar bien jodido, le duele todo al hombre, “todas sus ideas, todos sus sentimientos, quedaban atrapados en el egoísmo del dolor”. Se había metido en un círculo vicioso, tan vicioso él, en el que la somatización de su culpa o de su falta de inspiración o de ambas al tiempo o de ninguna de ellas, como él sostiene, le provocan dolores físicos insoportables que le anulan como escritor y como persona.

“La vida, cada vez más pequeñita. Despertarse pensando en el cuello. Irse a dormir pensando en el cuello… cuando te duele algo en lo único que piensas es en que deje de dolerte… tenía la vocación ocluida, el físico invalidado, el sexo desinteresado, el intelecto inerte, el ánimo deprimido; pero calvo, así de pronto, de la noche a la mañana, nunca.”

Pero aguantamos bien las quejas y lloros de este Zuckerman/Roth, hasta soportamos su misoginia y nos divierte su lucha contra cierto tipo de feminismo, y lo hacemos por su valentía (no sé si en nuestros días se habría atrevido a escribir ciertas cosas que, equivocadas o no, siempre argumentaba y explicaba con mucha gracia, y pensar en esta libertad perdida me produce mucha pena), por su humor, por la capacidad que tuvo de reírse de sí mismo, porque sabe mezclar como nadie sus angustias y dolores con divertidos gags, porque expone la vida, la de un escritor de éxito pero que de la misma manera es extensible a la vida de cualquiera, con una intensa y veraz mirada crítica.

“Estoy harto de canalizar todo por medio de la escritura. Quiero lo auténtico, lo quiero en bruto, y no para escribirlo, sino por sí mismo.”

Con varios divorcios a cuesta, lleva cuatro años sin terminar una novela, prácticamente sin escribir (“Sin padre ni madre ni patria chica, Zuckerman no era ya novelista. Si no se es hijo, no se es escritor”), duda muy mucho de que sus novelas tengan algún valor, de que su pasión literaria no responda únicamente a una irrefrenable compulsión “bajuna e insignificante" por escribir, siente como algo monstruoso la utilización de las personas que conoce como material para su obra y como una pesadez insoportable a aquellos que se acercan para formar parte de ella, está cansado de enfrentarse a todo y a todos, a su familia, a su país, a su religión, a la educación recibida, a los críticos, a sus lectores, y con nada menos que con cuatro mujeres a su alrededor (“el macho doliente es para algunas mujeres la gran tentación”), se queja de que “con su benevolencia, con su indulgencia, con su adaptación a mis necesidades, me dejan sin lo que más necesito para salir de este agujero.” Nada parece ayudarle, ni el abundante sexo que le proporcionan complacientes y devotas las cuatro mujeres ni el abundante vodka ni las numerosas pastillas ni la eventual marihuana ni médicos ni curanderos ni el enfrentamiento visceral contra el crítico semita que le acusa de mal escritor y peor judío (una venganza personal de Roth).

“… extirpado de la Nueva Jersey judía… la narrativa tomó el poder y lo reexpidió a su lugar de origen.”

Solo ve posible una solución, un giro copernicano en su vida, dejar la literatura para estudiar medicina en su antigua universidad de Chicago y dedicarse, esta vez sí, a resolver problemas reales de la gente… aunque no sin dudas.

“Quizá fuera eso lo que había detrás de toda esta historia de Chicago: ir a un lugar sagrado en peregrinación, para purificarse. Si así era, ojo: lo siguiente bien podría ser la astrología. Peor: hacerse cristiano. En cuanto cedemos al hambre de magia médica nos vemos llevados al límite último de la estupidez humana, a la más ridícula de las quimeras pergeñadas por la humanidad doliente: a los Evangelios…”

¿Creen que lo lograra? Léanla.



LA ORGÍA DE PRAGA

Esta novela se supone que es algo así como un epílogo a la trilogía Zuckerman encadenado, pero yo no he sido capaz de encontrar la relación con sus otras tres novelas, más allá de su personaje, al que utiliza para dialogar con autores checos sobre la situación de estos en su país tras la invasión rusa y la kafkiana (estamos en Praga) realidad de espionaje mutuo en el que parecen vivir los ciudadanos del país.

Tampoco importa mucho, sigue estando en la línea divertida, triste y provocativa de las anteriores, algo más corta, con tanto diálogo que casi parece una obra de teatro, y en dónde la vida y problemas de Zuckerman se apartan a un lado para que sean otros los que alcen la voz y tengan los comportamientos histriónicos a los que nos tiene acostumbrado el autor.

“Me encanta la palabra joder. ¿Por qué no tenemos nosotros una palabra así, Rudolf?... —Enséñame a decir joder. Está muy bien, la jodida fiesta ésta. Me quedé muy jodida. Maravillosa palabra. Enséñamela. —Cállate, jodida. —Precioso. Cállate, jodida. Más. —Que se jodan todos, a joderse todos. —Eso, que se jodan todos. Que se jodan todas las cosas y todas las personas. Que se joda el mundo, hasta que no pueda joderse más.”
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