(…) Usted ha cambiado, Pitt. Solía tener una especie de ingenuidad, al menos en su opinión de la gente. Diríase que se ha dado cuenta de que la mayoría de nosotros somos superficiales. (…)
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(…) Usted ha cambiado, Pitt. Solía tener una especie de ingenuidad, al menos en su opinión de la gente. Diríase que se ha dado cuenta de que la mayoría de nosotros somos superficiales. (…)
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—No me gustan las mentiras piadosas —prosiguió la reina—. Si resulta que a usted no le gusta la resolución, igualmente vendrá a referírmela. No tiene prerrogativa para decir nada por mí. Es usted un joven simpático. Tiene esposa e hijos, según me han dicho. Mi amiga Vespasia dice que posee usted un corazón noble. Se sorprendió y lo conmovió que Vespasia hablara de él con la reina. Victoria dio un pequeño gruñido. —¡No soy pariente de usted, soy su reina y emperadora, y no será amable conmigo! Usted es comandante de mi Departamento Especial, y solo me dirá la verdad… a pesar de lo que usted piense que yo vaya hacer con ella, o por más desagradable que pueda ser. ¿Me da su palabra, señor Pitt? Pitt hizo una ligerísima reverencia. —Sí, señora. Le doy mi palabra. |
(…) Charlotte era una de esas pocas mujeres cuya auténtica belleza aumentaba con la edad mientras que la de otras empezaba a desvanecerse. Ahora tenía poco más de cuarenta años, y el aplomo que le concedía la madurez, así como la confianza en su sabiduría y su sentido del humor, la favorecían. Pitt tal vez fuese la única persona que sabía que seguía siendo vulnerable detrás de su apariencia.
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Percibiendo su emoción, Pitt se volvió, la abrazó y la besó con pasión y por más tiempo de lo que ella había esperado. Era una sensación extraordinaria, como regresar a casa. Se preguntó si ella tenía idea de lo mucho que la amaba. Tal vez así fuera.
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10 negritos