En un ágil movimiento, balancea las piernas hasta meterlas dentro de su habitación. Pone los pies en el suelo con una delicadeza, con una gracia, que es inconfundible. Siento una punzada familiar. Se estira y me quedo embobada de nuevo. —Cricket, qué… alto estás. Seguramente esa sea la frase más absurda e idiota que pudiera haberle dicho. |