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Crítica de scamacho80


scamacho80
01 November 2021
Pues sí, es lo malo de estas guerras, que oyes al enemigo llamar a su madre en el mismo idioma que tú. Una frase que refleja con extrema crueldad uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de nuestro país.
De niños, engullidos por la multitud que en el patio del colegio corretea entre árboles, arena y asfalto, libramos nuestras propias batallas, en algunos casos -para nosotros y para nuestros padres- demasiado sangrientas y despiadadas, que acaban siempre con algún que otro ojo morado y el pantalón rasgado a la altura de la rodilla.
Pero lo que para nosotros no son más que refriegas infantiles, para otros son recuerdos de una época olvidada que hoy estudiamos desde la comodidad de nuestro salón, reducida a un puñado de nombres, fechas y capítulos escritos en libros de texto fríos y sin alma, que no consiguen arañar más que la superficie de todo cuanto allí ocurrió.
Con una narración multifocal –de mismo modo que leímos en “Un Día de Cólera”-, desde los distintos puntos de vista de sus protagonistas anónimos, nacionales y republicanos, Arturo Pérez-Reverte aborda en “Línea de Fuego”, con la maestría a la que nos tiene acostumbrados, una de las batallas más representativas de la Guerra Civil española.
Éste es un relato duro, sangriento, en el que el lector casi puede sentir, entre las páginas del libro, el hedor agrio a sudor que impregna las camisas sucias, de rojos y fascistas, que de noche cantan para ahuyentar el miedo y la congoja, y que nos traslada en presente y primera persona, al interior de las casas de Castellet del Segre, -en plena batalla del Ebro- entre cuyos muros, agujereados a balazos de fusiles y ametralladoras, se combate cuerpo a cuerpo, bajo el intenso calor del verano, a bayonetazo limpio y pechera descubierta, entre ruido de explosiones y proyectiles que zumban e impactan en los alrededores del pueblo.
Una batalla más, entre otras muchas, que narra la cronología de una guerra fea, como tantas más que ahí fuera se libran y se libraron, absurda y cruel, que enfrentó a familias, amigos y vecinos, no dejando más allá que el rastro pardusco de la sangre de los que jamás volvieron a casa, legando en el olvido a madres, hijos y esposas que perdieron algo más que la partida de ajedrez que sobre el tablero de España se jugó entre 1936 y 1939.
Con el estruendo de fondo de fusilería y bombas de mano que estallan acabando con unos y otros, “Línea de Fuego” nos presenta a los personajes anónimos que mataron y murieron en nombre de una idea –quien sabe si equivocada o no- que sólo algunos compartían y para la que otros no fueron más que víctimas que se vieron obligados a pelear según el bando que les reclutó el día que la sublevación contra la república de Mola y Franco les sorprendió, abriendo su panadería, regando el campo tras su casa, o yendo a por tabaco, en la zona de España equivocada.
Una novela dura, real, intensa y con nombre propio, perfectamente reflejada en la lágrima congelada en la mejilla de un niño de 3 años sin vida cuyo cuerpo ha cargado su hermano de 12 durante más de diez kilómetros, a pie y sin agua, buscando una esperanza mucho tiempo atrás perdida.
Pero entre la nube de metralla, arena y polvo que salta tras cada explosión y lo cubre todo sin distinguir el color del uniforme ni los galones de la solapa, encontramos una historia de humanidad, hermandad y lealtad. Gente que combate, mata y muere, no por un comandante, un general, una idea o una república que para ellos nos es más que la vaga utopía de un mundo mejor que debe ganarse a costa de la sangre propia y ajena. Soldados que luchan hombro con hombro sólo por el hombre, el hijo, el padre o el camarada, que a su lado, con los ojos ahogados por el miedo, pelean con valor y honor por su vida y la de todos los que a su alrededor se han convertido en algo más que su familia.
Camaradería, fidelidad y orgullo quedan fielmente reflejados cuando Panizo abandona a Olmos con un agujero de bala en la cabeza que apenas sangra, camino de la Harinera con un beso en la frente y un “no puedo, hermano” como única despedida para una amistad de años, vidas, forjada a fuego por el compañerismo y el amor por quien a tu lado ha combatido por tu vida y la suya propia.
Con “Línea de Fuego”, Arturo Pérez-Reverte baja a las trincheras de una guerra que no debió ocurrir para contarnos, muy cerca de las balas que zumban sobre nuestras propias cabezas, la bondad y la pasión de todos aquellos hombres y mujeres que allí combatieron por un propósito diferente al que comandantes, generales o comisarios políticos tenían programado.
Lo dicho. Novelas así resultan indispensables para entender, de forma más personal, todos los capítulos arrinconados –por vergüenza o por olvido- de la más sucia historia de nuestro país, en los que hombres buenos mueren, a la fuerza y sin honor, en nombre de un ideal que pocos entienden y casi ninguno comparte.
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