Desconfiábamos del paisaje porque el acceso a él nos era negado, pero tras nuestro recelo se encontraban el disgusto y el anhelo. El disgusto de respirar a todas horas aire procesado, el anhelo de la luz directa, del tacto. Al final he llegado a destino. Gune existe a pesar de todos los argumentos que nos dimos en contra de esta existencia; de todos los argumentos que justificaban aquella vida de entonces. Existe y desde aquí te hablo.