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Crítica de SirPhilosophiae


SirPhilosophiae
19 March 2022
𝘜𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘶𝘦𝘳𝘮𝘦 es la narración de la cotidianeidad de un Bartleby a la francesa. Todo comienza cuando un estudiante de Sociología, agazapado en su buhardilla en París, decide no levantarse de la cama para ir a sus exámenes, enarbolando la bandera del ya conocido 𝘐 𝘸𝘰𝘶𝘭𝘥 𝘯𝘰𝘵 𝘱𝘳𝘦𝘧𝘦𝘳 𝘵𝘰. A partir de ese momento, toda la fuerza de la narración se concentra en presentarnos a una persona cuyo único proyecto será "esperar, hasta que no haya nada más que esperar" (pág. 48): reducir todas sus acciones al terreno de la neutralidad, abandonándose al fluir del tiempo para escapar de un mundo que se le aparece como un continuo 𝘥é𝘫à 𝘷𝘶 —o más exactamente, 𝘥é𝘫à 𝘷é𝘤𝘶—; como una repetición, pero mutilada. Un eterno retorno que, a diferencia del nietzscheano, elude el aspecto positivo que éste encontró en el mismo, a saber: mientras que en Nietzsche el eterno retorno supone un principio orientador de todas las acciones bajo el peso de la pregunta "¿quieres que se repita esto una e innumerables veces más?"¹, en Perec encontramos únicamente la repetición desnuda, es decir, una repetición en la que simplemente constatamos que todo lo que 𝘦𝘴 y 𝘴𝘦𝘳á ya 𝘩𝘢 𝘴𝘪𝘥𝘰 previamente. Pero no hay en esta obra, insisto, ese aspecto productivo de la repetición que orienta nuestras acciones. al contrario, la repetición conduce al protagonista a vivir en un estado de contemplación sin finalidad, de neutralidad valorativa, de reposo total, en definitiva, una vida vegetal, una vida puesta en paréntesis, anulada.

Sin embargo, en las últimas páginas, este proyecto de afrontar la vida desde la indiferencia para tratar de sobrellevarla se le revela como una farsa inútil:

"No has aprendido nada, salvo que la soledad no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y con trampa. Estabas solo y ahí estaba todo y querías protegerte; que entre el mundo y tú los puentes se suprimieran para siempre. Pero eres tan poca cosa y el mundo es una palabra tan grande: no has hecho sino errar en una gran ciudad, bordear fachadas durante kilómetros, escaparates, parques y muelles.
[...]
Durante mucho tiempo has construido y destruido tus refugios: el orden o la inacción, la deriva o el sueño, las rondas nocturnas, los instantes neutros, la fuga de las luces y las sombras. Quizá podrías, aún durante mucho tiempo, continuar mintiéndote, embruteciéndote, emperrándote. Pero el juego ha terminado, la gran juerga, la ebriedad falaz de la vida suspendida. El mundo no se ha movido y tú no has cambiado. La indiferencia no te ha dejado indiferente.
[...]
No. Ya no eres el dueño anónimo del mundo, aquél sobre el que la historia no tiene peso, el que no sentía caer la lluvia, el que no veía llegar la noche. Ya no eres el inaccesible, el límpido, el transparente. Tienes miedo, esperas. Esperas, en la place Clichy, a que la lluvia deje de caer" (pp. 128-131).

No hay, en definitiva, refugio para evitar nuestro ser-en-el-mundo. Quizá solo nos queda —volviendo a Nietzsche— el decir sí a cada instante por doloroso que sea: la afirmación de la vida en su totalidad.
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¹ Parágrafo 341 de Nietzsche, F., 𝘓𝘢 𝘎𝘢𝘺𝘢 𝘊𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢.
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