Para eso se trazaron los caminos, para que deambulemos por ellos hasta saber quiénes somos.
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Para eso se trazaron los caminos, para que deambulemos por ellos hasta saber quiénes somos.
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-¡Dujal! -rubió- ¡Escoria felina! ¡Hijo de mala gata! ¡Desdichado desecho de hada! ¡Lo sabía, tenía que ser él, miserable montón de estiércol! Voy a librar al mundo de su descendencia ¡Esta vez se lo ha buscado!
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Para eso se trazaron los caminos, para que deambulemos por ellos hasta saber quiénes somos.
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Si alguna vez visitas el reino de TerraLinde, gobernado por su majestad la reina Silvania, querrás conocer la Corte de los Espejos, su capital. Dentro de sus murallas, podrás pasearte por su mercado o saturar tus oídos con el ruido infernal del Barrio de los Constructores. Incluso puedes pasarte por la casa de Marsias, si esas son tus inclinaciones.
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El phoka sintió que sus músculos se volvían de lana mojada. Las piernas no lo sostuvieron, y la esperanza tampoco. Soltó a Nicasia antes de caer de rodillas. Los ojos le quemaban; lloraba alquitrán hirviente. Abrió la boca. La Oscuridad brotó espesa como el cieno de un pantano. Vomitó el alma hasta los huesos. Esta vez la Oscuridad abrasaba la piel, lo envolvía todo, lo ahogaba todo obedeciendo la voluntad de su anfitrión, que sólo deseaba librarse de ella, aquella carga de aflicción que envenenaba y pudría su espíritu. Quería que las sombras lo borraran todo, la muerte, la barbarie, la traición… Quería escupir los recuerdos junto a las tinieblas. Sólo anhelaba que el dolor se marchara. Cada vez le pesaba menos el cuerpo. Se desinflaba como un odre vacío, una cáscara de papel de seda que recubriera un armazón de huesos como alambre. Lo único que quedaba de Dujal era su tristeza y su rabia anegando el túnel, una protesta que no tenía voz ni luz, sólo decepción.
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Marsias olía a musgo y a tierra mojada, a animal libre. Su vestimenta, hiciera calor o frío, siempre consistía en dos únicas prendas: un taparrabos enrollado a la cintura, de cuya parte delantera colgaba una pieza de tela que le llegaba a las rodillas y que por atrás estaba abierta para que asomara su cola; y otra prenda aún más sencilla: una eterna y acogedora sonrisa. (...) Cuando Marsias tocaba, el mundo dejaba de existir. Podía hacerte sentir lo que quisiera, podía ponerte a bailar o arrancarte un mar de lágrimas. Sólo tenía que tejer la música adecuada.
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Trataba de recordar la imagen lo más fiel posible, el pelo áspero, sucio y apelmazado, grasiento. Sentía que la magia lo modelaba al son de sus ideas; canturreaba para marcar el camino al hechizo. Para Dujal no había diferencia entre la magia y la música.
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Todos susurraban la historia de Nanyalín, con miedo la mayoría, con odio los grandes jefes en sus casas de piedra blanca, y con esperanza los esclavos. Pero aquella historia era suya. Ni la humillación ni el desprecio habían podido quitársela. La había empezado él; por cariño, por amor. Ahora debía decidir cómo acabarla.
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En la vida de un hada hay dos días cruciales: su Día del Sol, su nacimiento, en el cual poca elección pueden hacer, y otro más extraño y antiguo, el Día de la Elección, un ritual que define las lealtades de cada hada y las vincula de por vida a un código de conducta. La elección de una Hueste u otra significa elegir entre llevar una vida honorable o ser un canalla. Pero nunca es blanco o negro. Predomina el gris, porque ni la Hueste Estival es siempre un conjunto de honradas criaturas, ni la Hueste Invernal es toda ella una panda de sacatripas.
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A sus espaldas todos decían que para ser la jefa perfecta a Nicasia sólo le faltaba ser muda. Pero Costurina se había acostumbrado a su verbo venenoso y a su mirada, afilada y fría como un filo de escarcha. Quizá Nicasia no fuera convencional, quizá la bondad no fuera una de sus virtudes, pero a su modo sabía ser justa; Costurina no le pedía nada más.
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Novela de ciencia ficción, escrita por Richard Matheson, en 1975 se titula: "En algún lugar del _________"