El ateniense

El ateniense debe morir.
Si un espartano, hace esta solicitud en una corte, tienes un problema. Y gordo.

Clinias, Gorgias, Pericles, Aspasia, Demócrates, Sócrates, Cleon, Sófocles, Aristófanes, Tucídides y Eurípides son tan sólo una pequeña muestra del elenco de personajes a los que Santamaría da vida en El ateniense.

Dramaturgos, filósofos, estrategas, historiadores presentados de tan original forma, que facilita al lector la asimilación de cada actor y el papel que ocupa.

El elenco tendrá un capítulo con su nombre, donde narrarán su relación con Alcibíades, protagonista de esta historia, y con la habilidad de que la novela, no pierda ni orden secuencial, ni ritmo narrativo.

Odiado, envidiado, amado, repudiado, déspota, ambicioso, cruel, miserable, valeroso, el ateniense tiene tan grandes virtudes como enormes defectos, pero sobre todo, manejará a su antojo a lo más granado de la Grecia clásica.

Un libro donde el poder de la retórica es el arma más efectiva y donde el valor de las primeras democracias queda en entredicho. También la justicia.

Cántabro y de mi quinta, Santamaría dibuja a la perfección los distintos escenarios donde se lucho la guerra del Peloponeso, por vía militar o por vía demagógica, entre atenienses y espartanos.

El autor en esta ocasión cuida más su prosa, aunque el verdadero mérito es armar el difícil equilibrio entre batallas dialécticas y mares ensangrentados, sin que el texto pierda pulso.

Destacar la introducción de comedias y tragedias de los grandes dramaturgos de la época, y como estos utilizaban sus obras como crítica social y política.

Aunque aún me faltan muchas por leer, la estructura de la novela, por compleja de sostener y por original, hacen que el autor se ponga casi, casi, a la altura de los dos grandes de este país, Roa y Posteguillo.

Lo mejor del libro, los discursos, y la mujer de Sócrates, aunque seguramente el aludido, no opine lo mismo...

Los divinos hechos humanos, al fin y al cabo, polvo eres, y en polvo te convertirás.