Dulces sueños, queridos niños

Puede que al observar el título de esta novela y, después el nombre del autor, no nos venga a la memoria ningún referente con el que poder comparar. Puede que, al conocer que el marco donde se desarrolla la obra oscila entre la Rumanía inmersa en el Régimen Comunista y los comienzos del siglo veintiuno, sigamos teniendo la sensación de que desconocemos qué tiene esta novela de especial. Lo particular de la misma es la sencillez y, al mismo tiempo, la hondura de lo narrado. En sus casi setecientas páginas se abarcan temas como el sentimiento de pertenencia, la inmigración y la amistad, enfocados desde la pobreza y la resignación de saberse siempre en el lado incorrecto de la historia; mientras que en el lado ideal, el occidental, América nos muestra su brillante y próspero exceso, como quien balancea ante un perro hambriento un trozo de carne de los restos de su festín.

La novela va alternando principalmente las historias de dos amigos, Marius y Paul, en diferentes espacios y tiempos, sus vidas y recuerdos de la infancia, la adolescencia y la adultez. Estos puntos de vista se ven enriquecidos con la presencia de otros dos personajes fundamentales en la trama, Cristina y Leo, así como de otros secundarios que sirven de modelo para enriquecer y comprender las notables diferencias entre la sociedad americana y el modus vivendi de la Europa central de aquellos años. Rumanía como la tierra desvencijada, América como la tierra fértil. Es un libro que habla también de literatura, de la búsqueda de la prosperidad y de los lazos con los demás, la tierra, la mirada que se echa hacia atrás para no tener que enfrentarse con lo que nos hemos convertido. Pero también la mirada que desde el pasado nos suplica que sigamos hacia delante.

Uno de los aspectos que más me han gustado de su desarrollo es la sencillez con la que el autor va hilando sucesos presentados sutilmente en diferentes puntos de la historia. Más de una vez, mientras recorría la lectura con curiosidad, he llegado a abrir ligeramente la boca por la naturalidad con la que el narrador, más que llevarnos de la mano, nos muestra el borde de la piscina y después de empujarnos nos dice: ¡salta! No hay artificios literarios demasiado complejos, la trama se despliega como un poliedro en el que al final consigues divisar todos sus caras.

En un momento de la obra, se nos habla de "nervio narrativo", en referencia a uno de los personajes, pero esta es una cualidad que al propio Gheo se le podría atribuir. Sin ser una novela excesivamente intrigante, sí que mantiene la atención y aumenta el interés por el avance de los acontecimientos. Queremos conocer más de sus personajes, seguir acompañándolos en el dolor de crecer, perder e intentar.

Pese a que no pueda decirse que el libro tenga una estructura circular, prólogo y epílogo terminan engarzándose, actuando como una historia paralela a la central de la novela, pero que se mantiene en estrecho contacto con la principal. Sí que es cierto que la sensación al acabar la novela puede ser en parte agridulce, porque las cosas no son siempre como queremos que sean. Podemos llegar a echar en falta más profundidad en algunos de los hilos de la trama y que otros nos resulten un poco más prescindibles. Pero el conjunto de la novela es muy agradable, el tono del autor resulta muy atractivo y la historia permite desplegar al lector las herramientas imaginativas suficientes para sentir que las horas que transcurren con el libro en nuestras manos merecen (y mucho) la pena.
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