Acá todavía

Acá todavía son la reflexiones de Andrea a partir de su pasado, presente y futuro. Las tres líneas temporales se entrecruzan en el sillón de una habitación de hospital y tejen sus redes. Se configura como una conversación real entre el personaje y la lectora, quien se convierte en la confidente ideal de la protagonista, en aquella que le sigue los pasos, que asiste a sus encuentros con otras personas y que escucha qué pensamientos le generan estos nuevos conocidos. También escucha el dolor de Andrea después de la enfermedad del padre, entiende las razones de su reclusión en el hospital acompañándolo en sus últimos momento.

Cuando nos encontramos cerca de la muerte (nuestra o de alguien de nuestro entorno) es cuando más nos replanteamos la vida. Romina Paula esboza el retrato demoledor de lo que es vivir la enfermedad de un familiar. Por ello, mientras abrazamos a Andrea y la acompañamos en algunos de los momentos más complicados de su vida, también recibimos susurros sobre la soledad, sobre las relaciones, sobre el amor, sobre los apegos en general, sobre la infancia y la familia y sobre el porvenir de una generación cuyo futuro parece estar siempre en duda.

No creáis que es simplemente una catarata de pensamientos, un flujo incesante que nos puede ahogar, Andrea no vuelca sus conciencia sobre nosotras. La protagonista nos lanza preguntas, nos interpela, espera nuestra respuesta y parece recibirla. Con una narrativa fuertemente lírica, Romina Paula nos habla a través de su narradora-protagonista y nos toca de una manera cercana nuestras preocupaciones y reflexiones más íntimas. Una auténtica maravilla para todos nuestros sentidos.

Dudo mucho y quizás por eso me fío de las personas que dudan como yo y, sobre todo, que lo admiten. “Dudo, luego existo” es también el lema de Andrea —la protagonista de “Acá todavía” de Romina Paula—, que vive instalada permanentemente en la búsqueda y en la duda. Para ella estar viva es vacilar: se hace preguntas constantemente, pero no se conforma con las primeras respuestas, explora incertidumbres y fluye sin encorsetarse.

En las dos partes del libro la encontramos en períodos de espera, de crisis existencial y sin rumbo fijo. Sus monólogos interiores reflexivos y sus recuerdos suspenden el tiempo y la acción de la novela para reflexionar —con sinceridad, humor y sin esconder su vulnerabilidad— sobre la amistad, las relaciones, las separaciones, el lenguaje que nos envuelve, la sexualidad, la vida suspendida en los hospitales, la enfermedad, la muerte, la familia, el dolor, los sueños, la maternidad, el duelo, los encasillamientos, la incomunicación, el desencuentro provocado por las pantallas, la soledad…

La vida: pasado y futuro, aquí y ahora, acá todavía, reformulando constantemente preguntas y respuestas en los diversos ciclos de su inquieta identidad.

Andrea es una joven treintañera porteña, sentimentalmente educada en los años noventa en el seno de cuya familia su madre está prácticamente ausente tras el divorcio, desarrollándose entre tres figuras masculínas: su padre y dos hermanos. Debido a la grave enfermedad de su padre, el hospital se convierte en su nuevo hogar en plena Navidad. Entre partes médicos y sofás de piel desgastada, Andrea toma perspectiva de su propia vida y comienza a reflexionar a cerca de sus relaciones personales, en pasado, presenta y futuro. El modo en el que se construyen y como cada acción cotidiana tiene efecto en nuestra existencia. Con un temperamento experimental, Andrea indaga sobre su ambigua identidad sexual, el deseo y las relaciones de pareja mientras sufre la pérdida de su padre.