Joyita

Narrativa del susurro, del desamparo, de la perseverancia involuntaria de la dignidad. Modiano escribe siempre sobre lo mismo. Cada novela suya es una variante de una gran novela que nunca escribió y que tampoco podría escribir porque no tiene palabras. En este caso, el abandono infantil toma la forma del relato de una niña que nunca dejó de serlo al crecer. Su apodo le viene de un perrito perdido, de un accesorio artístico de su madre que fracasó en los escenarios. La persecución de fantasmas de recuerdos por el metro de París. Los bajos fondos, las identidades oscuras. La niña desamparada que trabaja de niñera. Que el daño durante la infancia genera duplicidad es algo tan literario, como científico. Modiano está lleno de dobles. Por lo mismo, hay algo extraño en esta narrativa tan sosegada, tan prístina, que se asoma al abismo, peligro de Babel. No tanto por ese surrealismo sobrio que alivia la opresión emocional de los personajes, sino justamente por la sobriedad. No se rompe el mundo cuando irrumpe lo extraño. Sigue todo igual. Quizás Modiano escribe desde una forma de melancolía personal, muy elaborada, que se ha vuelto funcional. Por algún rebote estético que sería interesante estudiar, esa melancolía se transforma en ternura. Una dulzura restitutiva. Un consuelo mínimo que se amplifica hasta cubrirlo todo. Quizás por eso Modiano sea tan adictivo. La eficacia de los opiáceos no está en el opio, sino en la química del ser humano.