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Edibooks (Otro)
ISBN : 1533000174
192 páginas
Editorial: CreateSpace Independent Publishing Platform (30/11/-1)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 2 calificaciones)
Resumen:

"Escrita en la década prodigiosa de la narrativa española del XIX esta novela supuso una primera aproximación a los dominios del realismo-naturalismo. A caballo entre la novela y el cuaderno de viaje, la obra narra las ingratas consecuencias del desatinado matrimonio entre un funcionario oportunista y cuarentón y una joven provinciana e inexperta, Lucía, quien, tras la unión, no tarda en verse sometida al creciente divorcio entre deseo y realidad."
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Críticas, Reseñas y Opiniones () Añadir una crítica
elymafer
23 November 2021
Lucia, de dieciocho años, se casa con Aurelio Miranda, en un matrimonio decidido por su padre,un rico comerciante leonés, que aspira a que su única hija ascienda socialmente. Miranda es un funcionario cuarentón con relaciones en el ministerio, trasladado a León; de buena familia, carece de dinero y tiene problemas de salud. Los recién casados inician su viaje de novios a Vichy para tomar las aguas. Miranda pierde el tren al bajarse en Venta de Baños porque olvidó la cartera en el restaurante de la estación. Lu­cía, dormida, no se da cuenta hasta que llega el revisor a pedirle su billete. del apuro la saca un compañero de coche, Ignacio Artegui, El le aconseja que siga viaje hasta Bayona y allí espere a su esposo. Ignacio, joven y guapo, la acompañará durante esos días Su compañía despierta en Lucía sentimientos nuevos que reprime. Cuando llega Miranda, el viaje de novios continúa en compañía de los hermanos Gonzalvo, Perico y Pilar. Durante todo el viaje Lucía hace de enfermera de Pilar, que está gravemente enferma, mientras su marido tiene su propia vida social. Lucía e Ignacio vuelven a encontrarse en París, y aunque él le propone huir juntos y ser felices, Lucía se negará, porque para ella los votos del matrimonio son sagrados.
Lucía se nos presenta como reflejo de la mujer de la época, una mujer que no adopta sus propias decisiones; su vida la dirigen su padre, su marido o su sacerdote. al final, parece que Lucía va a decidirse a ser feliz pero no lo hace, la religión pesa mucho, está cautiva de ella.
La obra es muy agradable de leer, con descripciones detalladas de personajes, paisajes y situaciones, de tal forma que las escenas se visualizan de tal forma que te anima a seguir leyendo para ver en qué quedan.
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Citas y frases (1) Añadir cita
MacabeaMacabea28 February 2021
Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo. Brillaban las limpias copas, las garrafas, la salvilla, las vinagreras, el aro de plata del mostacero: los rábanos, nadando en fina concha de porcelana, parecían capullos de rosa; el lenguado frito presentaba su dorado lomo, donde se destacaba el oro pálido de las ruedas de limón, y el verde chamuscado de las ramas de perejil; los bisteques reposaban sangrientos en lago de liquida manteca; y en las transparentes copas de muselina destellaba el intenso granate del Borgoña y el rubio topacio del Chateau-Iquem. Al entrar y salir; al dejar cada plato, o recogerlo, reíase el camarero, para su sayo, de la enamorada pareja española, que quería habitación aparte, para luego almorzar así, mano a mano, al halago de la lumbre. A fuer de francés de raza, el sirviente aprovechaba la situación, subiendo el gasto. Había presentado a Artegui la lista de los vinos, y se permitía indicaciones y consejos.

-El señor querrá Champagne helado... Se lo traeré en garrafa, es más cómodo... Las ananas que hay en la casa son excelentes: voy a traer... El Málaga nos llega directamente de España: ¡oh! el vino de España... ¡clac! no hay como la España para vinos...

Y fueron viniendo botellas, aumentándose copas a la ya formidable batería que cada convidado tenía ante sí; anchas y planas, como las de los relieves antiguos, para el espumante Champagne; verdes y angostas, finísimas, para el Rhin; cortas como dedales, sostenidas en breve pie, para el Málaga meridional. Apenas llegó Lucía a catar dos dedos de cada vino; pero los iba probando todos por curiosidad golosa; y, un tanto pesada ya la cabeza, olvidando deliciosamente las peripecias del paseo matinal, se recostaba en la butaca, proyectando el busto, enseñando al sonreír los blancos dientes entre los labios húmedos, con risa de bacante inocente aún, que por vez primera prueba el zumo de las vides. La atmósfera de la cerrada habitación era de estufa: flotaban en ella espirituosos efluvios de bebidas, vaho de suculentos manjares, y el calor uniforme, apacible de la chimenea, y el leve aroma resinoso de los ardidos leños. Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos. Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil. Hermoso era, sin embargo, para los dos el momento, de concordia suprema, de dulce olvido; la vida pasada se borraba, la presente era como una tranquila eternidad, entre cuatro paredes, en el adormecimiento beato de la silenciosa cámara. Lucía dejó pender ambos brazos sobre los del sillón; sus dedos, aflojándose, soltaron la copa, que rodó al suelo, quebrándose con cristalino retintín en el bronce del guardafuego. Riose la niña de la fractura, y, entreabiertos los ojos y clavados en el techo, se sintió anonadada, invadida por un sopor, un recogimiento profundo de todo su ser. Artegui, en tanto, mudo y sereno, permanecía enhiesto en su butaca, orgulloso como el estoico antiguo: acre placer le penetraba todo, el goce de sentirse bien muerto, y cerciorarse de que en vano la traidora Naturaleza había intentado resucitarle.

Y así se estuvieran probablemente hasta sabe Dios cuándo, a no abrirse de golpe la puerta, apareciendo en ella un hombre; no el camarero, ni menos el esperado Miranda, sino un mozalbete de algunos veinticuatro o veinticinco años, mediano de estatura, pronto y desenfadado de modales. Traía el sombrero puesto, y lo primero que se veía de su persona era el reluciente alfiler de la corbata, y las botas de caña clara, atrevidas, cortas, un tanto manolescas. Causó la entrada de este nuevo personaje una transformación a vista en la escena: mientras Artegui se levantaba furioso, Lucía, vuelta a la conciencia de sí misma, pasó las manos por las sienes, enderezose en el sillón adoptando actitud reservada, pero con las pupilas vagas aún, perdidas en el espacio.
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