En definitiva, si quería ser un escritor brillante, no solo un narrador competente e ingenioso, debía exigirse mayores empeños que aquellas fabulitas que ejecutaba en cuatro días. Sí, la literatura era algo más, mucho más. La verdadera literatura debía remover al lector, dañarlo, cambiar su percepción de las cosas, arrojarlo de un certero empellón por el acantilado de la clarividencia.
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