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Crítica de Paloma


Paloma
17 November 2020
“…porque los tres, cada uno a su manera, me enseñaron que ser un hombre libre es más que vivir en un lugar donde se proclamaba la libertad. Me enseñaron que ser libre es una guerra que se debe pelear todos los días, contra todos los poderes, contra todos los miedos.”

Han pasado un par de semanas desde que terminé Herejes, la primera novela que leo del escritor cubano Leonardo Padura, y no me animaba a escribir la reseña porque no sabía bien cómo hacerla justicia a una obra extraordinaria y compleja, cuya lectura me demandó mucho, pero con creces, me dejó también mucho. Repasando algunos fragmentos y citas que copié y con algo de perspectiva, estoy ahora segura que esta es una historia bellísima y triste; una obra de arte completa en el sentido que nos hace reflexionar sobre nuestra realidad sin descuidar la trama central, los personajes y la narrativa. Releyendo partes del texto, algunos párrafos me han vuelto a conmover profundamente y es que Herejes es una novela que nos hace repensar el concepto de libertad, el daño que han hecho (y continúan haciendo) los fanatismos religiosos y políticos a la humanidad, y la necesidad de respetar las creencias de los otros pero viviendo nuestra vida cómo mejor pensamos que se debe vivir. Y, en lo personal, lo que más me asombra es que Padura ha logrado construir una historia tremenda sin necesidad de sacrificar la calidad literaria ni la ficción y por tanto, no cae en una intención aleccionadora. al contrario, creo que como uno de los personajes de la novela menciona:

“…El arte es poder. (…) No para dominar países y cambiar sociedades, para provocar revoluciones u oprimir a otros. Es poder para tocar el alma de los hombres, y, de paso, colocar allí las semillas de su mejoramiento y felicidad…”

Para entender la riqueza de Herejes, puede empezarse con las diversas historias que en ella convergen, y que inician cuando en 1939, al barco S.S. Saint Louis le es negado permiso para desembarcar en La Habana, Cuba y con ello, condena a cientos de personas a una muerte segura: el barco traía a refugiados judíos que huían de la expansión del nazismo en Europa. El gobierno cubano, por corrupción y malos manejos, negó a estas personas la posibilidad de vivir. Entre las familias judías estaban los Kaminsky, a quienes dos personas esperaban con ansia –el hijo Daniel, y el tío Joseph, quienes tenían ya tiempo asentados en Cuba.

La familia nunca más volverá a verse y esto provoca una crisis de fe en el pequeño Daniel, quien desde entonces cuestionará su religión y todas sus demandas, al darse cuenta que, pese a todos los esfuerzos de los judíos, la mayoría terminan muertos y enfrentando grandes pérdidas, no sólo como consecuencia de la persecución nazi, sino desde prácticamente el inicio de la historia del hombre. Es en la Cuba de los años cincuenta, previos a la revolución, que Daniel crece junto a su tío Jospeh, asimilándose a una isla tan diferente a la Polonia de su niñez y mucho más abierta y viva que los horrores que plagaban Europa en ese época. Daniel decide asumirse como cubano y dejar de lado los preceptos de su religión, como una manera de seguir adelante. Pasan los años y siendo un adulto joven, Daniel se da cuenta que su familia fue engañada por partida doble ya que no sólo se les negó la posibilidad de vivir en Cuba sino que fueron robados al entregar, a manera de pago, un cuadro que por generaciones había pertenecido a la familia: una pintura del gran maestro holandés Rembrandt. Daniel entonces quiere hacer pagar al oficial corrupto que engañó a su familia, lo cual eventualmente lleva a su salida de Cuba, mucho antes de la revolución.

Es alrededor de este misterio que aparece Mario Conde, un ex policía retirado y actual buscador y vendedor de libros de viejo, quien es contactado por Elías, hijo de Daniel Kaminsky, cuando el cuadro del pintor holandés aparece en una subasta en Londres. Elías quiere saber qué pasó con el cuadro desde su llegada a Cuba y si su padre alguna vez tuvo que ver con él y cómo es que, más de cincuenta años después, el mismo apareció en Europa para ser subastado. Conde, personaje de varios libros de Padura, escucha los fragmentos de historia que Elías le comparte y que le serán esenciales para entender qué pasó con ese cuadro pero también para reflexionar sobre los cambios políticos y sociales que ha sufrido su propio país y cuyo régimen no difiere tanto al nazismo que enfrentó la familia Kaminsky o de la persecución que sufrió Elías Ambrosius, joven aprendiz de Rembrandt y por cuyo conducto llegaría el cuadro a la familia de Daniel.

La historia de Elías Ambrosious se convierte en la tercera trama de la novela, la cual se desarrolla en los Países Bajos en el siglo XVI y aborda los conflictos religiosos y sociales de la época pero sobre todo, el gran dilema personal de un hombre joven tratando de reconciliar su religión con su pasión por el arte. Elías deseaba convertirse en un gran artista, algo contrario al judaísmo, y por tanto, sus creencias y su talento estuvieron siempre en conflicto. Pues, a pesar que Elías entró al taller de Rembrandt, y consideraba cada momento pasado en él como una experiencia única y valiosísima, vivía siempre atormentado por su actuar y por el miedo a ser descubierto.

Esta parte de la novela está construida con un extraordinario detalle histórico y me pareció increíble como Padura logra insertar en la estructura total de la obra el retrato de los Países Bajos de esa época, una ciudad viva y cosmopolita como Ámsterdam, la riqueza de la obra de Rembrandt y las contradicciones que el ser humano ejerce el uno sobre el otro y que no son exclusivas a ninguna época. Y es que, sin duda, los dilemas y los temores que enfrentó Elías, la incomprensión y la persecución de la que fue víctima, son los mismos que cuatro siglos después experimentarían Daniel Kaminsky y el propio Mario Conde.

Curiosamente, es en esta parte de la historia en la que creo que Padura reconstruye paralelismos entre las persecuciones religiosas de ese siglo con la Cuba postrevolucionaria y el régimen comunista, reflejando las grandes tragedias que tanto sufrimiento han causado a hombres y mujeres. En lo personal, esta parte fue la que más me movió y me hizo reflexionar sobre la brutalidad de los fanatismos y que nuestra actualidad no es tan ajena a ello. Los diálogos y las reflexiones sobre la libertad, la religión y la política son sumamente profundos pero sin perder su valor y poder literarios:

“Los hombres no van a perdonarte. Porque la historia nos enseña que los hombres disfrutan más castigando que aceptando, hiriendo que aliviando los dolores de los otros, acusando que comprendiendo… y más si tienen algún poder.”

Además de la gran construcción histórica, Herejes también nos presenta personajes sumamente entrañables, por sus grandes contradicciones que no reflejan más que su humanidad: desde el desanimado Mario Conde, hasta Daniel Kaminsky y su tío Joseph y el propio Elías Ambrosious. En particular, el tío Joseph Kaminsky o Pepe Carteras como fue conocido en La Habana, me ha parecido un personaje conmovedor por su integridad y el amor a su sobrino y el ejemplo de que no es necesario renunciar a los principios para actuar con cabalidad y coherencia.

También he disfrutado mucho de la estupenda ambientación que nos da Padura de la Cuba de antaño, una isla con muchas contradicciones pero con un espíritu abierto que recibió a miles de inmigrantes en los años anteriores a la Revolución y en donde judíos y muchas otras nacionalidades pudieron construirse un lugar que respetaba sus creencias y que se enriqueció de este intercambio.

Quizá el único aspecto que no me fascinó (y por lo que no le califiqué con cinco estrellas) fue la última parte, cuando Conde se involucra en la historia de Judy, una joven emo que desaparece y cuya amiga, nieta del hijo adoptivo de Daniel Kaminsky, le pide al ex inspector que encuentre. En esta parte conocemos un aspecto de la juventud de Cuba, una juventud rebelde y estrafalaria, lo cual en si resulta interesante, pero se aleja del narrativa central de los Kaminsky. Sin duda, Padura busca retratar a estos otros grupos de la sociedad cubana que, ante la decepción y hartazgo del régimen pero todavía impedidos a expresarse libremente, han perdido la fe en el futuro y buscan refugio en expresiones que el gobierno no controla (por ahora). Padura retrata una sociedad decepcionada y víctima, de nuevo, de los fanatismos, y esto no es más que una crítica al actual estado de la política y sociedad cubana.

“Si un país o un sistema no te permite elegir dónde quieres estar y vivir, es porque ha fracasado. La fidelidad por obligación es un fracaso.”

El retrato es desolador y por ello, la postura del escritor es fulminante: ningún régimen ni ningún hombre debiera imponerse a otros y ante ello, la lucha individual es la única forma de defenderse si bien el resultado puede ser también funesto.

Fuera de esta última parte (misma que no me molestó pero sí me pareció un poco más apartada de la historia principal), Herejes es una obra extraordinaria, conmovedora y una de esas lecturas imprescindibles porque al ser una novela histórica, no solo nos brinda el disfrute de una trama interesante sino que muestra nuestra humanidad, los grandes retos y contradicciones que enfrentamos pero también, la gran belleza que podemos alcanzar y realizar en medio de grandes tragedias.
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