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Crítica de Paloma


Paloma
26 August 2019
“Solo Borges pudo haber sido Borges. Sus otras posibilidades hoy nos parecen irrisorias.” – José Emilio Pacheco

Entre una reseña y otra y a lo largo de los años, he dejado constancia de la relación extraña que tengo con Borges: la mayor parte de sus cuentos me parecen muy complejos, con temas que no puedo aprehender del todo y que me confunden. Un eufemismo para evitar decir que Borges no me gusta, o no he logrado descubrir aquello que lo hace tan reverenciado en el mundo de las letras, por lo menos en términos de su obra como cuentista. Aún recuerdo la primera vez que leí El Aleph y tuve una crisis de ansiedad porque no entendí absolutamente nada. Ni de este cuento, el más reconocido de Borges, ni de ningún otro de la colección en el que estaba incluido logré retener nada.

Mi ansiedad se debió, en gran medida, a que era una lectora mucho más joven y de una parte, quería leer a todos los “grandes” de la literatura latinoamericana y disfrutarlos, y por otra, no entendía como Borges, tan celebrado, tan influyente, no me provocara nada más que confusión.
Intenté un par de colecciones de cuentos más del argentino, sin tener éxito. Quizá me parecía demasiado fantástico, metafísico, filosófico, no lo sé. Inalcanzable. Y mientras tanto, por años seguí escuchando a mis maestros de literatura alabar a Borges, su obra, su grandeza, y sin realmente lograr entenderlo.

Un día, mientras hojeaba un ejemplar de “Selecciones” de Reader's Digest, al concluir un artículo venía una cita de Borges que cambiaría mi relación, o por lo menos mi sentir, hacia él. Palabras más, o menos –y un texto que suelo citar cuando no me ha gustado un libro que es alabado por la crítica -, Borges reflexionaba sobre que no hay que leer por compromiso, o porque alguien nos dice que un libro es un bueno o un clásico. Si no nos gusta un libro hay que dejarlo, porque leer es algo muy parecido a la felicidad, y no se puede obligar a nadie a ser feliz.

Y entonces, por primera vez en muchos años, mi forma de ver a Borges cambió. No dejó de parecerme irónico que el mismo autor cuya obra no lograba disfrutar ni entender me diera, a través de una cita encontrada al azar, la clave para hacer las paces. Creo que a partir de entonces lo vi bajo otra luz. Dejé de aventurarme en sus cuentos, consciente que quizá jamás los entendería. Sin embargo, con el paso de los años, empecé a descubrir ciertos textos de Borges, que leí sin compromiso y sin expectativas, sin prisas y sin aprehensión. Y así, encontré otra faceta del argentino: por ejemplo, su poesía (género que no suelo leer) me pareció espectacular y asequible, y sus ensayos o conferencias sobre la literatura y su amor por los libros, me llegó profundamente. El libro Arte poética reúne seis conferencias que Borges dictó sobre la palabra y la literatura y es uno de mis favoritos pues es, simplemente, espectacular.

Todo este preámbulo es un antecedente para explicar cómo llegué a este texto del mexicano José Emilio Pacheco, titulado simplemente Jorge Luis Borges, que reúne una serie de conferencias dictadas para celebrar el centenario del natalicio del escritor argentino. Considerando mis antecedentes y la relación que he construido poco a poco con Borges, realmente nunca me había puesto a indagar su biografía: de manera general, y quizá por algunos programas de televisión y pequeñas semblanzas encontradas aquí y allá, sabía de su amor a lo inglés, de su erudición al traducir desde pequeño obras mayores y, a nivel personal, que nunca se casó (o lo hizo tarde), permaneciendo siempre al lado de su madre. Pero nada más.

En ese sentido, Pacheco presenta de una manera distinta la vida de Borges –más allá de una cronología y hechos sucesivos, lo que el autor señala son momentos clave en su vida y en el contexto histórico del mundo hispano y latinoamericano y que contribuyeron a darle el lugar que tiene en la historia de la literatura mundial. Sin duda, ha resultado una lectura didáctica pero sobre todo, sumamente interesante y valiosa para entender a un hombre que fue único y realmente influyó y promovió el reconocimiento de las letras latinoamericanas durante el siglo XX. Pacheco también destaca siempre el gran amor de Borges por la literatura ya bien conocida, que lo llevó a declarar que se consideraba mejor lector que autor y que se enorgullecía no de sus escritos sino de los libros que había leído.

Sin duda, este retrato de Borges lo muestra como quizá muchos genios sean y como se caracteriza mi relación con él: complejo y ambiguo. Sin hacer un juicio de valor, Pacheco presenta las muchas contradicciones de Borges, como el hecho que consideraba menor la literatura del continente americano, salvo algunas excepciones; que en sus primeras obras escogió como lengua literaria el inglés, pero que fue el español el que le dio la gloria al ligarlo a la tierra y a la tradición criolla; y que existió en el hombre un marcado racismo hacia ciertas nacionalidades. Esto último, en particular, me impactó.

“Por una parte, nunca se sobrepondrá al desprecio que le inspiran los colonizados. Su desinterés por lo hispanoamericano (con las excepciones de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Urueña) será constante y marchará unido a su desdén de las culturas francesa y española. Por otra, tal vez sin proponérselo, Borges será una de las negaciones más radicales del pensamiento racista y la refutación contundente de las inferioridad cultural irremediable que charlatanes como le Bon asignaban a nuestros países.”

De resaltar es el trabajo de Pacheco para intercalar momentos históricos que guardan paralelismo con el Borges del siglo XX y que rescataron y le dieron un nuevo lugar a las letras latinoamericanas en el mundo. Por ejemplo, en un inicio nos habla de El Conde Lucanor de don Juan Manuel –o el adelantado de Murcia – quien puede considerarse como “el primer cuentista europeo”. Si bien los cuentos reunidos en este libro no son originales, como Pacheco señala, “la invención está en la forma de contarlos y en el cuidadoso estilo”, cosa que Borges replicaría casi siete siglos después.

De igual forma, es maravillosa la comparación con el Inca Garcilaso de la Vega: en 1589 este hombre, nacido de padre español y madre inca, se trasladó a España y emprendió la tarea de traducir un texto italiano al español. Los letrados de España lo consideran poco menos que una aberración: ¿cómo un antártico, nacido en el nuevo mundo y que creció con la lengua de los indio del Perú se atrevía a traducir a autores italianos e incluso a escribir su propia poesía? Pero la realidad fue que su obra se encontró pronto entre los clásicos del Siglo de Oro español.

Una misma situación enfrentó Borges. En 1001 años de la lengua española, Antonio Alatorre señala que poco después de la independencia de sus colonias en América, España vetó prácticamente todo obra literaria producida en sus ex territorios y el mundo editorial no volvió a publicar nada hasta ya entrado el siglo XX. Es decir, los pocos avances que se tuvieron con autores como Garcilaso, o la propia Sor Juana Inés de la Cruz, llegaron a su fin. Si antes consideraban menor las obras producidas en ultramar, por sus “vasallos”, la independencia fue el golpe de gracia cuando la Madre Patria se negó a perdonar a los hijos rebeldes.

Borges cambió esto –en su obra como traductor y ensayista, demostró que no sólo Latinoamérica podía apreciar obras contemporáneas y de la cultura europea, sino que también podría producirlas con excelente calidad y a la altura de grandes obras universales. Borges puso en el mapa las obras producidas en este continente, tanto con su obra escrita como su incansable labor de traductor y ensayista y fue él quien preparó el camino para el gran boom latinoamericano.

“Su heroísmo no será el que se conquista mediante la muerte de los demás sino un heroísmo de otra índole mucho más fecunda y admirable: la de un hombre que contra las circunstancias más adversas mantiene su tradición literaria durante setenta años (…) una obra que es una gran realización personal y al mismo tiempo la victoria que nadie esperaba de la literatura hispanoamericana y de la lengua española.”

Pacheco toca también algunos aspectos de la vida personal de Borges que lo hicieron quien fue –su abuela paterna, inglesa, quien le inculcó su conocimiento de ese idioma y a la cultura anglo; su padre, amante de los libros; su encuentro con la Enciclopedia Británica, que le hizo volverse un lector; sus años formativos en Europa cuando joven; su amistad entrañable con Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Urueña; y el hecho de mantenerse soltero hasta casi los setenta años. Quizá me hubiera gustado conocer un poco más de este último aspecto en la voz de Pacheco pero, nada que no puede encontrarse en otra biografía. Por último, destaco que Pacheco incluye dos poemas escritos en inglés y no traducidos al español antes -Two English Poems, ambos bellísimos, y emotivos.

En el texto, Pacheco también destaca constantemente la pasión de Borges por la literatura y la lectura y es algo que he disfrutado enormemente –Borges se atrevió a dedicarse con todo el alma a su única pasión, con todo lo que ello implicaba (incluso, y en este contexto tendría sentido, a no mantener alguna relación amorosa), porque era la más grande forma de libertad. Pacheco señala:

“Así pues, la idea de laberinto queda asociada desde muy temprano en Borges a la noción del vuelo hacia la libertad, vuelo que también acaba en fracaso. No importa. Así sea por un instante, se ha mirado la tierra desde donde antes sólo la habían visto los dioses y los pájaros. Hay una salida del laberinto y es el vuelo, imagen por excelencia de la imaginación y la lectura.”

Un último detalle de la vida de Borges me sorprendió: desconocía que perdió la vista relativamente joven, pero ni aun así dejó de trabajar con las letras. Terrible pesadilla para otro que no fuera el escritor argentino y una contradicción que algo así le sucediera a un hombre con tanto amor por las letras. Pero fue algo menor, toda vez que siguió leyendo y escribiendo posterior a eso pues para él, ”la literatura es el libro de arena sin principio ni fin. El número de sus páginas es infinito. Ninguna es la primera, ninguna la última. Se trata de una labor colectiva en que cada obra de un individuo supone e incluye el esfuerzo de muchas personas y a la vez prepara los libros que vendrán, las páginas escritas por quienes no han nacido todavía.”

Sin duda, esta semblanza de Borges me ha interesado aún más por el autor. He de reconocer que tengo por ahí un libro pendiente que compré, hace ya bastantes años, esperando el momento idóneo para darle una oportunidad: Historia Universal de la Infamia. Y tal vez sea el momento de intentar de nuevo un acercamiento. Asimismo, Pacheco me ha despertado una inquietud por Alfonso Reyes. Con vergüenza he de reconocer que no he leído nada de él, y me pregunto porque en el currículo universitario no ha sido incluido. Es una deuda que debo saladar con otro escritor mexicano. En este aspecto, tal vez, Borges también me orienta en esa inacabable búsqueda de la felicidad que iniciamos los lectores cada vez que abrimos un libro.
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