El espacio que el buen lector prefiere labrar durante la lectura de una obra literaria […] está entre lo escrito y tú mismo.
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El espacio que el buen lector prefiere labrar durante la lectura de una obra literaria […] está entre lo escrito y tú mismo.
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—¿A su bando? Pero en su bando no me quieren. En ninguna parte del mundo me quieren. Nadie en el mundo me quiere. Esa es la cuestión. Parece que en todos los países hay demasiados como yo. Solo por eso estoy aquí. Solo por eso llevo un arma, para que no me echen también de aquí. Pero no usaré la palabra «asesinos» para hablar de los árabes que han perdido sus pueblos. De ninguna manera, no usaré a la ligera esa palabra para referirme a ellos. Con respecto a los nazis, sí. Con respecto a Stalin, también. Y con respecto a todos los saqueadores de tierras ajenas.
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Pero no solo huí de eso: la asfixiante vida de sótano entre mi madre y mi padre, y entre ellos y la multitud de libros, las pretensiones, la ahogada y negada nostalgia de Rovno y Vilna, de una Europa materializada en nuestra casa en un carrito negro de té y unas servilletas de batista blanca, la carga de la destrucción de la vida de él y la herida del fracaso de la vida de ella, aquellas caídas que sin necesidad de palabras se me había encargado transformar a su debido tiempo en victorias, todo eso me desquiciaba hasta el punto de querer escapar.
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Lo que escribía mi madre por aquellos días no lo sabré nunca: ninguno de sus cuadernos ha llegado a mis manos. Quizás los quemó todos antes de suicidarse. Ni una página completa escrita de su puño y letra me ha quedado
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Papá decía que la riqueza era un pecado y la pobreza un castigo, pero al parecer Dios quería que entre el pecado y el castigo no hubiese ninguna conexión. Uno peca y otro es castigado. Así funciona el mundo.
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Alguien que es capaz de crear una nueva palabra y hacer que se integre en el sistema circulatorio de la lengua me parece que solo está un poco por debajo del creador de la luz y las tinieblas: si uno escribe un libro puede tener la fortuna de que la gente lo lea durante un tiempo, hasta que aparezcan otros libros mejores y ocupen su lugar, pero engendrar una nueva palabra es como tocar la eternidad
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Mi padre sabía leer en dieciséis o diecisiete idiomas y hablar en once (todos con acento todo). Mi madre hablaba cuatro o cinco lenguas y leía en siete u ocho. Entre ellos conversaban en ruso o en polaco cuando querían que yo no los entendiera. Por cultura leían sobre todo en alemán e inglés, y por supuesto por la noche soñaban en yidish. Pero a mí me enseñaron única y exclusivamente hebreo: quizá temían que si aprendía otros idiomas también yo quedaría expuesto a la seducción de la espléndida y mortífera Europa.
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¿De qué nacionalidad es Edgar Allan Poe?