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Crítica de laurass89


laurass89
03 November 2018
Siempre tenemos un lugar en el que podemos bajarnos del mundo. Un lugar donde nos podemos sentar, respirar, mirar al infinito y pensar que todo lo que nos rodea habitualmente no merece la pena. Siempre tenemos un lugar donde escapar. En él, como refugiados de nuestra vida, conseguimos abrir nuestra mente y reflexionar sobre los aspectos más arduos o comprometidos del ser humano, porque allí no pasa nada, porque allí todo está permitido. Para Lawrence Osborne, ese lugar es Bangkok.

Publicado en España por Gatopardo Ediciones, en Bangkok Lawrence Osborne nos narra sus experiencias en la capital de Tailandia. Desde la perspectiva del farang (extranjero), nos irá relatando la magnitud de la ciudad, sus particularidades y las reflexiones más complejas sobre esta cultura oriental. Junto a él, encontraremos otros cuatro farangs, con residencia permanente en Bangkok, que nos ayudarán a entender el conflicto, pero a la vez sincretismo, entre la cultura oriental y occidental.

Distribuido en capítulos breves pero que permiten que el lector se focalice en la cuestión que se trata, el libro me ha gustado por sus reflexiones y las argumentaciones que se nos ofrece sobre ellas. No solo lanza la cuestión, sino que a través de un relato sin juicio por parte del narrador nos da la libertad de que saquemos nuestras conclusiones, eso sí anticipándose a nuestros contraargumentos. Además, nos ofrece una mirada de Bangkok no basada en la mera fascinación exótica, sino en la realidad personal del individuo que, de verdad, encuentra en la ciudad un espacio de pensamiento y comprensión.

A todo ello tenemos que añadir una edición estupenda de Gatopardo, donde el gramaje y la encuadernación son de gran calidad, en un libro de tapa blanda. Asimismo, cabe destacar lo cuidado de la edición y su texto.

Yo y mi descubrimiento

Situados en Wang Lang, asomados a un balcón y bebiendo un gin-tonic, comenzamos nuestro viaje por Bangkok. Asilo de almas varadas y solitarias, como se nos explica al principio, la ciudad nos permite experimentar con nuestra individualidad y sus respuestas.
En principio, puede parecer que todo visitante a la ciudad acude allí por lo obvio, sus facilidades en cuanto al sexo se refiere, pero detrás de cada templo y de cada casa de placer hay algo más. Nuestro protagonista consigue entender una cosa muy sencilla, todo es relativo. A través de sus vivencias con Dennis o con McGinnis, veremos que la moralidad o no de un acto no es el resultado de dicho acto, sino nuestra elección de actuar o no. Curiosa esta primera reflexión, ya que es una conclusión al más puro estilo occidental (casi kantiano), pero que sin embargo puede desarrollarse en Bangkok precisamente por la espiritualidad que gobierna la ciudad.

En este sentido, el yo surge de la cadena de relaciones que mantienes con los otros seres del mundo. Y este pensamiento vuelve a ser sorprendente. Nuestros personajes acuden a Bangkok porque quieren romper con lo que les ata en el mundo occidental, acuden a la ciudad por una supuesta necesidad de soledad, y sin embargo lo que encuentran es contacto... Pero, claro, de otra forma. Un contacto frío y biológico, sin sentimentalidad porque es algo básico y necesario. Si no es especial que respiremos desde que nacemos, no puede ser especial que estemos en contacto con el resto de seres. No tiene sentido.

Gracias a esas ideas, a ese alejamiento de los compromisos, de un occidente casi hostil, el farang consigue en la capital Tailandesa alejarse de sí mismo. En ese preciso instante es cuando eres capaz de observarte y, así, encontrarte, como encuentras un templo en las soi de la ciudad asiática.

Bangkok y la liberación

Este descubrimiento del yo que abruma, en algunas ocasiones, a nuestra voz protagonista no podría darse sin las características que Bangkok alberga en sí como lugar de confluencia y asimilación de diferentes culturas (budista, musulmana, cristiana, Oriente-Occidente).

No solo a través de nuestro protagonista, sino también a través de los occidentales que conoce allí, descubriremos que la ciudad ofrece el contacto físico que niega Occidente. Sin emitir juicio al respecto, la obra nos plantea qué hay de malo que, por ejemplo, una persona con una edad pueda pagar por ser tocado, por mantener sexo. ¿No es acaso una necesidad biológica?, ¿la edad ha de negarnos ese contacto? En Occidente parece que sí, y Bangkok ofrece, que no da, lo que se le pide. Sin embargo, el autor no esconde lo que realmente pensamos de estas personas, que son «viejos verdes», pero Bangkok ofrece la oportunidad de entender sus motivos. Nos muestra la posible dulzura de la derrota.

Muy relacionado con esto pero a la vez un poco más allá, veremos que la ciudad facilita a los farangs el anonimato y el no compromiso. No solo aquellos que provienen de Occidente, sino también aquellos orientales que no tienen posibilidad en su país. El anonimato, el no compromiso, la necesidad de ser tocado se extiende a dimensiones que van más allá de la edad y la masculinidad. Anonimato no significa que nadie que nos conozca y que por ello podamos realizar lo que deseamos, significa que nadie nos juzgue, que una mujer japonesa pueda mantener relaciones sexuales sin compromiso si así lo desea, por ejemplo.

Sin embargo, toda esta apertura y ofrecimiento a los que no son de allí se ve eclipsada por el tratamiento a los autóctonos. La represión sexual que se efectúa, especialmente a las mujeres, la pobreza, el inmovilismo político (casi cual dictadura) y los conflictos entre culturas dentro del mismo país, nos provoca la sensación de que Occidente, o mejor su capitalismo, se está aprovechando de los último rayos de luz de la ciudad.

Bangkok, una ciudad para perderse

Así, después de esta revisión de los dos ejes de la obra, qué queda por decir. La obra nos muestra la decadencia, la dulzura del derrotado que se apoya en gran medida en que Tailandia como país abandona su pasado. No obstante queda un último bastión, su gente
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