Vikinga Bonsái

Vikinga Bonsay
Ana Ojeda

Maridito se tiene que ir. Por un tiempo estará incomunicado. Vikinga Bonsai o Bombay, tal es el nombre de la protagonista se quedará en el departamento de Boedo con su hijo Pequeña Montaña. Ya con los nombres de los personajes uno se da cuenta que este libro incluye juegos, giros, guiños al lector. En el primer capítulo la trama da un giro que hace desencadenar como una avalancha la acción. Se suman cuatro amigas con sus hijos. Y no se puede decir mucho más de la historia para no spoilear. Escrito en lenguaje inclusivo, me costó entrar en el texto. Pero superado este primer obstáculo y entendiendo el juego que propone con hashtags, oraciones abreviadas, lenguaje de barrio, palabras inventadas, un lenguaje a veces barroco, localismos, oxímorons, uno, como lector, empieza a jugar. A veces la historia tragicómica roza lo poético. Lo mundano como un plato de fideos puede resignificarse y desatar un cuadro de situación tan bello como una pintura del Renacimiento.
No es casual que sea una novela protagonizada por mujeres, los hombres están literalmente borrados y, cuando aparecen, siempre son para restar. Las emociones toman protagonismo frente a las acciones. Los cambios de humor influyen en lo que sucede.
Página tras página uno entenderá lo que les pasa a las Apocalipsicadas, como se denomina el grupo de amigas, las acompañará en esa semana que dura la novela y las verá cambiar como grupo y en sus individualidades. Descubrirá que todas son distintas y eso es necesario para que el grupo evolucione y reirá con ellas o compartirá sus broncas. Un libro bastante argento que trasciende en el rol que la mujer tiene hoy en la sociedad.

Si bien el uso del lenguaje inclusivo es, quizás, lo primero que llama la atención en la novela, este queda casi diluido por el gesto poético de la autora. En «Vikinga Bonsái», Ana Ojeda subvierte las convenciones lingüísticas y muestra cuán frágil y elásticas son estas estructuras.

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