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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
20 October 2018
La muerte juega a los dados es una novela; da igual que Clara Obligado la haya revestido de cuentos; estamos ante un género mayor. Es una novela en la que construye una realidad de gran riqueza donde se confunde la ficción, se integra en el mundo de manera que cuesta separar la totalidad que la autora nos presenta. Es una novela con diferentes puntos de vista. Es una novela con determinadas peculiaridades que consiguen situarnos ante un género excepcional, original, novedoso y, no obstante, cumple con los requisitos de la novela. Las largas explicaciones descriptivas convierten el lenguaje escrito en fotografías que, impresas en nuestra retina ayudan a configurar a esta contadora de historias como una artista con mayúsculas. El vocabulario, impecable, mezcla expresiones típicas argentinas con otras españolas, dotando de esa manera al idioma con una fertilidad extraordinaria.

La curiosidad más llamativa es su estructura. Está compuesta por diez y ocho cuentos que funcionan como capítulos si se leen de forma lineal, y actúan como narraciones breves si queremos leerlas por separado (aunque mi consejo es realizar la lectura como una novela y releer después algunos de los cuentos; a causa de la mezcla de tiempos, espacios y personajes, es fantástico ir descubriendo la trama hasta llegar a un final prodigioso).

Algunos de estos cuentos son realistas, otros no tanto; encontramos microrrelatos (de cuya técnica la autora es maestra), cuentos surrealistas, cuentos fantásticos, cuentos que podrían formar parte del periodo literario conocido como el boom hispanoamericano, pues el Realismo Mágico aparece en sus páginas con total naturalidad. A veces he tenido la impresión de estar ante un homenaje a Gabriel García Márquez: la muerte anunciada de Zacarías Eldestein, el crimen sin resolver, el color, las mariposas… le habrían encantado al maestro.

Además hay alusiones a otras escritoras que, no cae duda, han influido en Clara Obligado; en el caso de Margaret Michell es evidente la identificación que nuestra autora siente con aquella periodista que, en 1936, escribió en más de 1.000 páginas «la historia de su país con retazos de su biografía…Lo que el viento se llevó».

En el caso de Aghata Christie creo que la admiración hacia esta pionera en su oficio y en su manera de vivir nos deja un guiño a todas las lectoras «Mi querido, como repite Aghata Christie: “cherchez la femme”».

Nuestra autora porteña, con finalidad claramente emotiva en una prosa a veces recargada, y otras ligera, enfoca constantemente la soledad de los personajes, sobre todo, femeninos. No sólo hay referencias a escritoras; la mujer es la protagonista indiscutible de esta historia, incluso aquélla que, como Amalia, esposa del investigador O'Brien, aparece sólo durante unos momentos, pero está ahí, forma parte del entramado para dejarnos una teoría filosófica «¿Y si el muerto no fuera el final, sino el principio de todos los problemas? [...] lo esencial no es quién mató a quién […] lo importante es qué sucedió con toda esa pobre gente que se quedó viva».
Al terminar de leer la novela comprendemos que las palabras de Amalia no están referidas sólo al caso que investiga su marido. Constituyen una verdad universal.

Pero la novela no consta solamente de relatos imaginarios, las referencias históricas, además de ayudar al lector a situarse en el tiempo «Estaban de viaje de novios en el Cap Arcona…» consiguen ese punto verídico de la historia pues colocan a los personajes en hechos que han ocurrido para ahondar, aún más, en la maldad del ser humano. El lector reflexiona, ayudado por estos datos auténticos, sobre una muerte que, efectivamente, juega a los dados; pero es el ser humano, vivo, depravado, quien los lanza sin importarle otro resultado que no sea ganar.

Otras veces la intención de introducirnos en la realidad viene de la mano del narrador; normalmente omnisciente, va contando los acontecimientos desde un punto en el que no pierde de vista a la mujer y su sufrimiento, sus humillaciones, sus sentimientos, sus ilusiones frustradas, sus pobres deseos de venganza y su solidaridad con otras mujeres que, implícitamente, han pasado por lo mismo. Y cuando la empatía no es suficiente cede su voz a la protagonista quien, de forma epistolar y con elegante afabilidad, tranquiliza a quien sabe que puede sufrir más que ella: «Querida mamá, Londres me ha parecido lindísimo. Hemos comprado una alfombra roja impresionante…». Los lectores nos identificamos, para siempre, con todas y cada una de las mujeres de los diferentes relatos, todas actúan con rencor, odio, egoísmo, locura o depresión, pero a todas las han tratado con violencia, desprecio, crueldad o paternalismo hasta conseguir de ellas una nueva personalidad. Por eso sonreímos cuando, al terminar el libro, recordamos algunos objetos de momentos vejatorios que sirvieron, tiempo después, para ser exhibidos como un trofeo aunque fuera sólo a título personal.

Clara Obligado, con asombrosa naturalidad, cruza tiempos, espacios y personajes para sacar, en la mayoría de las ocasiones, lo peor del ser humano, el sufrimiento, la violencia hacia el más débil. Violencia que nos animaliza. Violencia impuesta. Violencia aceptada por despecho hacia otros —o hacia uno mismo—. Violencia asumida como parte de una situación. Violencia que humilla pero a la que no podemos abandonar.

La muerte juega a los dados es una novela plural en la que se aúnan lo tradicional y lo moderno en lo universal. Todo cobra sentido en la unidad. Los cuentos pueden ser leídos de manera aislada, aunque será en la totalidad del libro donde comprendamos a la perfección todas las acepciones. Igualmente cada relato es significativo al final, pues la narración contiene analepsis que desentrañan el sentido de aquellas circunstancias por las que tuvieron que pasar los personajes hasta llegar a la situación en la que se encuentran. Cada personaje tiene una historia como rasgo distintivo; diferentes historias pues, que posibilitan momentos de grandeza o miseria, felicidad o desdicha, razón o locura. Y lo que consiguen estas particularidades no es aislarlos sino todo lo contrario, identificarlos como parte de la existencia de un ser humano compuesto de matices y ambigüedades, que en ocasiones es generoso y en otras, ruin, tanto, que deja de ser hombre para animalizarse o cosificarse.

El estilo de la narración también participa de esta característica dual; al enlazar términos no comparables aparecen estados de un lirismo espectacular no exentos de dureza «…esa muchacha dormida le ha enseñado las tres cosas más importantes que hay en el mundo: a leer, a escribir, a odiar». El asíndeton favorece a su vez la afirmación categórica: son tres las cosas, no hay más.

Y sin embargo el amor por la naturaleza surge de forma habitual mediante personificaciones de una belleza absoluta «pesaban llorosas las enormes cabezas de los nogales, el río se había desbordado hasta asomarse casi a la puerta del prostíbulo». O mediante metáforas sugerentes «el aeroplano comenzaba a descender atravesando un espeso puré de nubes».

Una belleza que enmarca la fealdad del hombre animalizado, la fealdad de todo lo construido por ese hombre, «el auto detuvo sus toses», «eres una hermosa polilla nocturna». Por eso, cuando conocemos que el crimen de Héctor Lejárrega queda sin resolver, lo vemos como algo normal; en justicia poética, divina o humana es lo que correspondería a un animal «Su mano era posesiva, grande, sigilosa como una araña», «En el suelo, un bulto. No era un pliegue en la alfombra […] como si un animal […] se hubiese tumbado a dormir», «la gran cabeza de toro de Héctor Lejárrega».

Novela compleja, como el propio ser humano, porque La muerte juega a los dados desvela lo intrincado del hombre y la mujer que aquí, más que nunca aparecen como dos seres diferentes que se necesitan y sin embargo se obstaculizan para poder realizarse plenamente.

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