Este ha sido el segundo libro que leo de la autora y debo decir que me ha vuelto a conquistar. En esta autobiografía de apenas 150 páginas, Nothomb construye una oda a la infancia, una auténtica alegoría a la vida misma a través de los ojos de una niña de 3 años. Partiendo de un primer capítulo brillante con el que me dejó maravillado, la autora comienza a guiarnos a través de su infancia y las experiencias de esta y nos muestra esa visión del mundo que todos hemos tenido cuando éramos pequeños, el ir descubriendo día a día nuevos conceptos, nuevas emociones, sentir que somos Dios. Alegrarnos, entristecernos, sentirnos desconcertados, darle sentido a cosas que como niños no somos capaces de percibir, y que ojalá fuera así durante toda la vida, ¿no creéis? Como suele decirse, qué bonita es la inocencia. Qué decir de la prosa de Nothomb, me tiene enamorado. Lo concisa y directa que es, los toques de humor tan sutiles y cuando menos los esperas, así como diálogos cargados de significado y frases punzantes como dardos que se clavarán en tu cabeza y no saldrán con facilidad. La autora hace un análisis profundo de la existencia y la esencia de la vida, así como del descubrimiento de los secretos de la misma, y de cómo evolucionan los sentimientos según vamos descubriéndolos, y cómo nos hacen evolucionar a nosotros mismos. Podemos ser dioses, plantas, tubos o lo que queramos ser, pero no podemos evitar la vida, sus alegrías e infortunios, sus grandezas y decepciones, y su a veces inexplicable sentido. No podemos ser niños siempre, pero a veces estaría bien recordarlo aunque fuese por un instante.. |