La raza humana está hecha de tal modo que seres mentalmente sanos estarían dispuestos a sacrificar su juventud, su cuerpo, sus amores, sus amigos, su felicidad y mucho más todavía en aras de un fantasma llamado eternidad.
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La raza humana está hecha de tal modo que seres mentalmente sanos estarían dispuestos a sacrificar su juventud, su cuerpo, sus amores, sus amigos, su felicidad y mucho más todavía en aras de un fantasma llamado eternidad.
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A decir verdad, que aquel sedentario adiposo hubiera sobrevivido hasta la edad de ochenta y tres años llenaba de perplejidad a la medicina moderna.
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La escritura empieza allí donde termina la palabra, y ese paso de lo que no se puede decir a lo que sí se puede decir constituye un gran misterio. La palabra y lo escrito sea enlazan, pero no se mezclan jamás.
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El olvido es un océano gigantesco en el que tan solo navega un buque, que es la memoria.
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Aunque por la noche ceno bastante ligero. Me conformo con cosas frías, como unos chicharrones, cuajada de cerdo, tocino crudo, el aceite de una lata de sardinas (las sardinas no me gustan demasiado, pero perfuman el aceite: tiro las sardinas, guardo el jugo y me lo tomo tal cual). Dios mío, ¿qué le ocurre? —Nada. Siga, por favor. —No tiene buen aspecto, se lo aseguro. Con eso, me tomo un caldo muy grasoso que he preparado antes: durante dos horas, pongo a hervir unas cortezas de tocino, pies de cerdo, unas rabadillas de pollo, huesos con mucho tuétano y una zanahoria. Le añado un cucharón de manteca de cerdo, quito la zanahoria y lo dejo enfriar durante veinticuatro horas. Sí, me gusta beberme este caldo cuando está frío, cuando la grasa se ha endurecido y forma una tapa que lustra los labios. Pero no tema, no desperdicio nada, no crea que tiro a la basura unas carnes tan delicadas. Tras esa larga ebullición, han ganado en untuosidad, en proporción a lo que han perdido en jugo: estas rabadillas de pollo cuya grasa amarilla ha adquirido una consistencia esponjosa son una delicia... ¿Pero qué le ocurre? —No... no lo sé. Claustrofobia, quizá. ¿Podría abrir una ventana? + Leer más |
Sin embargo, una de las características de nuestra especie consiste en que nuestro cerebro se considera en la obligación de funcionar constantemente, incluso cuando no sirve para nada: ese deplorable inconveniente técnico es el origen de todas nuestras miserias humanas.
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—Señor Tach, con un hombre como usted no utilizaré las perífrasis habituales en mi profesión. Así que me permito preguntarle cuáles son los pensamientos y el estado de ánimo de un gran escritor consciente de que está a punto de morir. Silencio. Suspiro. —No lo sé, caballero. —¿No lo sabe? —Si supiera cuáles son mis pensamientos, supongo que no me habría hecho escritor. —¿Insinúa que escribe para saber finalmente cuáles son sus pensamientos? —Es posible. No estoy muy seguro, hace mucho tiempo que no escribo. |
¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?