Si te suicidas, tu reputación será deslumbrante y se convertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás un lugar de honor en el panteón familiar: esa constituye la mayor esperanza que puede albergar un ser humano.
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Si te suicidas, tu reputación será deslumbrante y se convertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás un lugar de honor en el panteón familiar: esa constituye la mayor esperanza que puede albergar un ser humano.
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¿Cómo podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso en lugar de corazón?
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Una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración de silencio y humillaciones. Una belleza así constituye un milagro de heroísmo.
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Que sea Fubuki la que me dé muerte. Que ella me destornille el cráneo como a un pimentero. Mi sangre se derramará y resultará ser pimienta negra. Tomad y comed, porque esta es mi pimienta derramada por vosotros y por todos los hombres, la pimienta de la alianza nueva y eterna. Estornudad en conmemoración mía.
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Aunque no lo parezca, existe una lógica en todo este asunto: los sistemas más autoritarios suscitan, en las naciones en los que se aplican, los casos más sorprendentes de desviaciones —y, por eso mismo, una relativa tolerancia respecto a las excentricidades humanas más apabullantes—. No sabemos lo que es un excéntrico hasta que conocemos a un excéntrico japonés. ¿Había dormido bajo los escombros? Estaban curados de espanto. Japón es un país que sabe lo que significa «volverse loco».
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Redescubrí el mundo sin números. Si existe el analfabetismo, también debería existir el anaritmetismo para definir el peculiar drama de los miembros de mi especie.
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Mi vida era un infierno: trombas de números con comas y decimales se abalanzaban incesantemente sobre mí. Se mutaban en mi cerebro formando un magma opaco y no podía diferenciarlos unos de otros. Un oculista certificó que mi vista no tenía nada que ver en el asunto.
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Mi espíritu no pertenecía a la raza de los conquistadores, sino a la especie de las vacas que pacen en las praderas de las facturas esperando la llegada del tren de gracia. ¡Qué hermoso era vivir sin orgullo y sin inteligencia! Hibernaba.
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El 8 de enero de 1990, el ascensor me escupió en el último piso del edificio Yumimoto. El ventanal, al fondo del vestíbulo, me aspiró como lo habría hecho la ventanilla rota de un avión. Lejos, muy lejos, se veía una ciudad tan lejos que dudaba haberla pisado jamás.
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En cuanto a Fubuki, no era ni diablo ni dios: era una japonesa
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?