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Lo que aburre a los impulsivos puede suponer un entretenimiento para quienes son capaces de valorar las pequeñas cosas.

Quien aprende a no ofenderse con los juramentos descubre su verdadero significado, y lo mismo sucede con los consejos.

Somos libres de creer lo que queramos, pero debemos elegirlo por nosotros mismos, sin que nos condicionen la tradición y la costumbre.

Vamos dando tumbos por la vida con los medios que tenemos a nuestro alcance. Elegimos ciertos símbolos, los dotamos de valor con tal de poner orden en el caos y luego nos sometemos a ellos: es como si todos hubiésemos nacido para ser esclavos. Las mentiras que nos contamos para consolarnos se vuelven gruesas cadenas.

Todo el mundo sabe que sólo la sangre lubrica convenientemente los engranajes de la sociedad.