El pasado no podía cambiarse, pero sí se podía aprender de él para mejorar el presente. La vida era una escuela de aprendizaje constante, colecciones de dolor, de amor, de derrotas, de éxitos. Todo era importante, una cosa no podía existir sin la otra, pues, sin el fracaso, la gloria no sería valorada; sin sufrimiento, no anhelaríamos la felicidad; sin el odio, el amor no destacaría; sin negrura, no buscaríamos la luz. Al final, la suma de todo no revelaría el sentido de la vida. Conseguir el equilibrio de esa dualidad definía nuestra búsqueda constante de quiénes somos en realidad.
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