La infancia del mundo

“¿Quieres que hablemos de la Gran Anarca?”

Cuando estaba en cuarto grado, a fines de la década de mil nueve setenta, la señorita Liria, frente al mapa de la Provincia de Buenos Aires, nos explicó que si alguna vez se derritiera la Antártida, la crecida del Océano Atlántico haría que el Mar Argentino creciera de modo tal que nuestra provincia quedaría cubierta por el agua. La idea nos generó cierto escalofrío, pero no dejó de parecernos algo totalmente irreal. Claro, nada conocíamos por aquellos años del calentamiento global, ni del cambio climático ni del desastre ambiental que se estaba gestando de manera silenciosa.

Pues bien, en esta novela, aquel comentario de mi maestra es el tema. Sí, Michel Nieva sitúa su relato en el 2272 en el Caribe Pampeano. Nos muestra un mapa en el que la Provincia de Buenos Aires está prácticamente cubierta por el mar, al igual que la Patagonia y parte de la Provincia de la Pampa. En este último sector, y en la Antártida (en el Caribe Antártico, para ser más precisos) es donde transcurre la historia.

Absolutamente delirante, o no tanto si lo miramos desde una perspectiva de crítica social, nos cuenta la mutación de El NIño Dengue en Niña - Mami - Nada - Envenenada Dengue, terminando en algo así como divinidad para las virofinanzas, pero la ruina para la geoingeniería. Su contraparte, el Dulce, primero se burlará de ese pobre mutante, pero luego se preguntará “¿la vida o la guita?” Y todo este desarrollo corre gracias a unas piedritas misteriosas, unas suerte de borgeanos alephs, pero no solo espaciales, sino temporales.

Ciencia ficción de la mejor. Para leerla casi que de un tirón y disfrutar de este imaginativo relato que toca la realidad a cada instante. Una sola advertencia: está escrita con jerga porteña, lo que para mí le da puntos extras, porque es leer en mi propia lengua. Mucho más que muy recomendable.

Menuda locura esta novela de Michel Nieva. Menudo viaje. Pura ciencia ficción, y a la vez qué capacidad de generar narrativas con las que cualquiera podría empatizar en un contexto tanto distópico. Me ha deslumbrado esa inteligencia para profetizar (porque estoy segura que así sería) que en una hipotética Tierra del 2197 en la que la estación invernal ya no existe por culpa del calentamiento global que nosotros mismos hemos provocado, todavía habría personas (empresarios) capaces de sacar rendimiento económico de la desgracia ajena y de inventar nuevas formas de capitalizar el desastre.
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‘La infancia del mundo' está contada con un tono irónico y mordaz a través de un narrador que todo lo sabe. Un narrador que conoce al niño dengue (mitad niño mitad insecto) y sabe que, en ese mundo lleno de caos, corrupción y desastre, un niño dengue (aunque sea mitad niño mitad insecto) ante todo necesita el afecto de su madre y obtener respuestas sobre su desconocido padre. Porque aunque las condiciones del mundo cambien, a mejor o a peor, hay algunas cosas —como la búsqueda de un cariño negado en la infancia— que no lo hacen.
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Y por eso, precisamente, he disfrutado tantísimo de esta novela. Porque hay cosas que nunca cambian. Y Nieva es capaz de escribir un novelón de ciencia ficción en el que confronta y trasciende la cuestión de sexo-género, y critica el capitalismo, el desastre climático, los lobbys empresariales o la industria de los videojuegos, y, aun así, es capaz de reconocer que al final del día todo se reduce a tener a alguien que te quiera.
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Si no tenéis miedo de adentraros en el terreno de la ciencia ficción os invito muchísimo a que leáis esta novela. Yo ya estoy investigando de dónde ha bebido y se ha influenciado el autor porque necesito explorar más este tipo de ficción. Sin duda alguna este género literario tan fascinante ha llegado a mi vida para quedarse.

Aún no hemos llegado al ecuador del año, pero puedo decir, sin miedo a equivocarme, que “La infancia del mundo” va a ser una de las lecturas más impactantes de este 2023.
Esta novela de Michel Nieva es una obra que no deja indiferente al lector, un desafío constante, una mirada a un futuro distópico en el que el cambio climático y el encadenamiento de crisis sanitarias transforman el mundo y abren las puertas a un capitalismo aún más despiadado que el que conocemos (si es que eso fuera posible).
La infancia del mundo entreteje la historia de dos personajes: el niño dengue y el Dulce. El niño dengue es un híbrido antropomorfo que crece soportando la crueldad de sus compañeros. El Dulce es hijo de una familia desestructurada que aprende desde pequeño el oficio de traficar con productos ilegales. Los dos han nacido en la parte oprimida del mundo, pero cada uno se adapta a las circunstancias con sus propias herramientas. El primero, abrazando su naturaleza. El segundo, negándola, buscando la vía para escalar en la sociedad. Es precisamente en su cruce de caminos donde se desata el horror y la verdad del mundo.
El estilo narrativo de Nieva es absolutamente demoledor. No le tiene miedo al lenguaje en todo su abanico de registros; lo coloquial y lo lírico conviven en esta novela al igual que en su mundo ficticio la belleza puede ocultar el más tremendo de los horrores. de la mano de un narrador con entidad propia, que interpela directamente al lector, recorreremos el espacio y el tiempo futuros, y contemplaremos, desde la comodidad de nuestros lugares de lectura, la crueldad y la degeneración humanas en todo su esplendor.
“La infancia del mundo” pone frente a nosotros problemáticas que nos tocan muy de cerca: las consecuencias del cambio climático, el miedo a las pandemias, la evolución de la realidad virtual o los límites de la experimentación genética. Como toda buena distopía, la novela está cargada de verdades, pero también de advertencias. La literatura se pone al servicio de la reflexión sobre la naturaleza humana y las consecuencias de su actuación irreflexiva y despiadada sobre el planeta.

¿Es el capitalismo una plaga, o lo son los hombres que no le ponen límites? Mientras la mayoría de la población vive con cada vez menos recursos, las grandes empresas acumulan fortunas en una carrera donde todo vale. Multiplicar beneficios, aumentar su cotización, es lo único que importa. Y si para ello han de jugar a ser dioses haciendo inhabitables unos planetas y habitables otros u originando pandemias para especular con tratamientos y vacunas, así será. Tal vez, para quienes ostentan el poder en esas grandes corporaciones, fortalecerlas en la interminable guerra financiera sea su forma de trascender, de vencer a la muerte y, en parte, al olvido. O puede que no. Puede que simplemente, el hombre sea lobo para el hombre. Que el rico siempre termine por abusar del pobre y el fuerte del débil. Porque incluso cuando nadie es fuerte, o cuando nadie tiene nada, siempre hay alguien a quien marginar y atormentar. Alguien diferente o que no se termina de integrar. Alguien a quien considerar inferior para no sentir que se está al final de la cadena. Y cuanto más abajo se está, mayor es la barbarie.

Para quienes acumulan los recursos, poco importa esa masa informe que se conforma con las migajas y que sirve de fuente de mano de obra barata. Son sustituibles y nada sustituible marca la diferencia. Se les puede ignorar y se les puede utilizar. Incluso se podría experimentar con ellos. ¿Quién lo impediría? ¿Los mismos que impiden que se continúe sobreexplotando un planeta en el que dentro de unos siglos nadie podrá vivir?


La infancia del mundo es una distopía salvaje, asombrosa y valiente. Una crítica feroz al abuso de poder y de la fuerza que, mediante estallidos de violencia y ventanas a otras realidades, busca venganza, justicia o, tal vez, no perder la esperanza en que haya alternativa a lo que parece inevitable. Michel Nieva nos transporta, en su tercera novela, a un año 2272 en el que la temperatura global del planeta se acerca a los 90 grados centígrados. Donde gran parte de Argentina, expoliada por el Reino Unido, ha sido tragada por las aguas y donde la Antártida es el nuevo caribe. Un futuro desolador en el que sólo los más ricos pueden entender lo que es el frío y donde se terraforman otros mundos para hacer de ellos destinos turísticos.

El autor bonaerense nos obliga, en este infierno de calor y miseria, a compartir el recorrido vital de “el niño dengue”, un insecto humanoide que sufre el rechazo y la repulsión de cuantos le rodean y que percibe el temor que provoca en su propia madre. Y demuestra, gracias a este personaje, pero también a su antagonista, que los autores latinoamericanos se atreven a lo que no se atreven los demás. Que siguen siendo críticos, trasgresores y originales. Qué hacen de la crudeza arte y del arte, alegato.


Acompañadnos a este siglo XXIII. En él, los niños tampoco entienden demasiado del mundo de los adultos y los juegos online siguen siendo su mayor pasatiempo. No pueden extrañar lo que no han conocido y el objeto más asombroso de la naturaleza puede ser menos importante para ellos que la obtención de la videoconsola último modelo. Pero en este infierno sin casquetes polares y donde las virofinanzas son el mayor campo de especulación de la historia, el periplo vital de un marginado puede converger con el de su acosador y juntos, determinar el futuro de la humanidad.

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De verdad, que bien que escribe este autor. Juntemos Philipp K. Dick, lo mejor de la literatura sudamericana de mitad del siglo XX, la compleja historia de Argentina, y una crítica feroz del capitalismo y el colonialismo, y tendremos La infancia del mundo. No es muy extenso, pero es tremendamente complejo. Un diez