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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
21 April 2021
Llevaba mucho tiempo detrás de reencontrarme con Nathaniel Hawthorne porque, dejando a un lado La letra escarlata, que leí hace taitantos años (y que me gustaría releer en algún momento, como tantos y tantos libros que leí muy joven y de los que he olvidado muchos detalles), no había vuelto a acercarme a su obra. El reto de las Hermanas Fatídicas ha sido la excusa perfecta, pues el mes de abril lo hemos dedicado a Salem y La casa de los siete tejados tiene su base en los juicios por brujería que tristemente tuvieron lugar allí a finales del siglo XVI (y cuando digo su base es eso, su base. Poco más. En un par de párrafos me explayo sobre esto).

La antigua casa Pyncheon, situada en la calle Pyncheon de una ciudad cualquiera de Nueva Inglaterra, se asienta en terreno maldito. Su propietario original, el coronel Pyncheon, se encaprichó del terreno a finales del siglo XVI, pero su dueño, un tal Matthew Maule, se negó en redondo a deshacerse de su propiedad. En aquellos tiempo estaba teniendo lugar en la ciudad una caza de brujas que el coronel Pyncheon consideró una oportunidad excelente para deshacerse del molesto viejo que se negaba a vender, y utilizó su influencia para que Maule fuese acusado de brujería y ejecutado por ello. Maule murió, pero antes de irse pronunció su maldición a oídos de todo el mundo: "¡Dios le dará sangre para beber!". Y así fue como Pyncheon construyó su casa de siete tejados sobre el terreno del hechicero y murió en circunstancias inexplicables el día de su inauguración con una mancha de sangre sobre su pechera. La casa de los Pyncheon ve pasar el tiempo, ve ocurrir desgracia tras desgracia entre los descendientes del abominable coronel y llegamos al momento en que transcurre nuestra historia, a mediados del siglo XIX. Allí solo vive ya Hepzibah, una anciana solterona completamente aislada del mundo desde hace décadas, y un joven inquilino, daguerrotipista, que ocupa una de las partes de la casa. Hepzibah, arruinada, no tiene más remedio que ganarse la vida (¡ella, toda una dama Pyncheon!) y abrir una tienda de comestibles en una sección de la propia casa que da a la calle. al poco de abrirla aparece Phoebe, una prima de Hepzibah radiante y alegre como el sol, que se queda con ella y le ayuda a sacar adelante el negocio, y también vuelve un familiar largo tiempo alejado de la casa sobre el que no os voy a contar nada. Los tres, que se amoldan y viven su vida en armonía, solo tienen una preocupación: el juez Pyncheon, figura preeminente en la ciudad y vivo retrato de su antecesor, el coronel caza-brujas Pyncheon, que anda detrás de algo que no sabemos y no se detendrá hasta conseguirlo.

Sinopsis larga, lo sé, y no os he contado nada de nada, este es solo el planteamiento de la novela. Si os digo la verdad no sé por dónde atacar esta reseña, y no porque no tenga cosas que decir (tengo muchas) ni tampoco porque no me haya gustado (me ha gustado mucho). Es que acabo casi de cerrar el libro literalmente y necesitaría tiempo y más días para estructurarla en mi cabeza y no tengo ninguna de las dos cosas, la reseña tiene que salir hoy. Así que espero ser capaz de transmitir las ideas principales sobre ella aunque sea de manera un tanto básica y rústica.

Cuando yo compré en su día La casa de los siete tejados lo hice basándome en tres premisas: que era de Nathaniel Hawthorne, que se hablaba en todas partes de su ambientación en la ciudad de Salem y que la novela estaba encuadrada dentro del gótico americano del siglo XIX. Que la novela es de Nathaniel Hawthorne no admite discusión alguna; sobre las otras dos premisas sí que creo que hay que puntualizar algunas cosas de cara a aquellos lectores que estén interesados en leerla.

Premisa Salem. Jamás se nombra a Salem en el libro. Se presupone que todo transcurre allí, pero en ningún momento se da nombre a la ciudad protagonista de la historia. En cualquier caso las claves están claras: si sumamos los juicios por brujería "en una ciudad de Nueva Inglaterra" a los que se alude al comienzo de la novela a la casa de los siete tejados protagonista de todo el asunto, la ambientación no deja lugar a dudas. Nathaniel Hawthorne era oriundo de Salem y bisnieto de John Hathorne, el único de los jueces involucrados en los juicios por brujería de Salem que jamás se arrepintió ni pidió perdón por lo que ocurrió (de hecho Hawthorne añadió esa W intermedia a su apellido para disociarse de este antepasado, cuyos actos le avergonzaban profundamente). Estando como estaba su vida familiar ligada a Salem, no es de extrañar que esta casa de siete tejados esté basada en una casa real, todavía en pie, que pertenecía a su prima, Susanna Ingersoll. La casa real es conocida como mansión de los Turner-Ingersoll, fue construida en 1668, y justo al lado se encuentra la casa donde nació el propio Nathaniel. Si vais de visita por Salem, las dos están abiertas al público y a vuestra disposición. Os dejo foto actual de la mansión que las sucesivas restauraciones han ido modificando en su estructura original para conseguir un parecido lo más ajustado posible a la casa de la novela, tienda incluida.

(MH, agente turística en tiempos de pandemia).

Premisa novela perteneciente al gótico americano. Este es el aspecto que más me interesa puntualizar, porque puede dar lugar a confusión a la hora de afrontar la novela. No busquéis en La casa de los siete tejados una narrativa gótica europeísta, de esa que estamos tan acostumbrados a leer desde su nacimiento en Inglaterra a finales del siglo XVIII. Sí que tiene (a priori, vamos a dejarlo así) los elementos base del género (mansión oscura y enigmática, fantasmas, tormentas, misterioso pasado, maldición familiar, extraños secretos) pero el modo en que los usa Hawthorne no busca el horror, el susto ni los pelillos de punta. El componente gótico está basado en la profecía o maldición que os cuento en la sinopsis y en como eso afecta a la casa y los que viven en ella, la opresión que ejerce la mansión en sus habitantes y las supersticiones que tras más de ciento cincuenta años siguen condicionando sus vidas, pero la propia narración juega con el elemento paranormal poniéndolo ante los ojos del lector para luego quitárselo o minimizarlo. Sí, pero no. Complicado de entender, ¿verdad? Pues no os cuento lo complicado que es de explicar, así que lo resumiré en dos preguntas. ¿Es gótica? Lo es, lleva considerándose como tal casi doscientos años y los elementos están ahí. ¿Esto va de casas encantadas, mansiones embrujadas, etc...? No, nada de eso. Esta es la historia del peso de una maldición y de sus consecuencias psicológicas sobre los personajes. Que la sinopsis o la apariencia del libro no os lleve a confusión.

Y ahora (sí, ahora) os hablo un poco del libro, ¿no? No pongáis los ojos en blanco, que os veo.

La casa de los siete tejados está considerada la novela más importante de su época y una de las obras fundacionales de la novela norteamericana. Esas son etiquetas que ponen los entendidos y que yo en mi ignorancia acepto y asumo. Como simple lectora solo os puedo decir que el señor Hawthorne era un magnífico escritor y que en esta novela hay capítulos para enmarcar, así con todas las letras. de hecho yo diría que en La casa de los siete tejados tan importante es la historia en sí misma como la forma de contarla, y en esto tiene mucho que ver el estilo muy personal del autor.

Si hablamos de la historia en sí misma, los elementos están claros. Tenemos dos familias enfrentadas, los Pyncheon y los Maule, venciendo los Pyncheon en primera instancia pero llevándose una maldición de regalo. El retrato del juez Pyncheon preside el salón de la casa desde su inauguración, cuadro que ningún descendiente ha tocado desde entonces porque dice la leyenda que si fuera descolgado, la casa se vendría abajo. Más de 150 años después tenemos a Hepzibah atrapada en todos los mitos y leyendas que rodean a su familia, encerrada entre las vigas y maderas de su mansión, sin tocar esto ni tocar aquello porque así lo dice el miedo y reforzada en su visión de los Pyncheon como la aristocracia de la ciudad a pesar de ser más pobre que una rata y no ser considerada más que como la anciana fea de la casa embrujada. Reniega de la religión, no comulga con el puritanismo que supone la misma fundación de su familia y, para ella, abrir una tienda y comunicarse con el exterior, supone el mayor sacrificio de su vida. La apertura de la tienda, la llegada de su prima Phoebe, el regreso de un familiar amado en extremo y el acoso al que los somete su otro primo, el juez Pyncheon, solo son los elementos que usa Hawthorne para narrar la historia de la compensación de un pecado que ha durado siglos. Para ello nos habla de la soledad, del sentimiento de culpa, de la hipocresía, de las falsas apariencias, de la importancia de la familia, de la religión mal entendida y del modo en que los personajes permiten que la maldición, a base de hablar sobre ella, de darle forma y no dejarla marchar, adquiera connotaciones reales y se apodere de sus vidas y decisiones. La mansión Pyncheon es en sí misma una maldición, y a ella se someten sus habitantes.

"Sin embargo, las antiguas leyendas, albergadas en los corazones, cosificadas por el aliento humano y transmitidas de boca en boca en múltiples ocasiones a lo largo de una serie de generacionesm quedan imbuidas de cierto realismo doméstico. El humo del hogar ha ido impregnándolas con su esencia generación tras generación. Por su larga transmisión entremezclada con los hechos reales de la casa, llegan a parecerse a estos últimos y tienen una forma tan peculiar de instalarse en el hogar que su influencia es a menudo mayor de lo que imaginamos".

Así, entre rutinas del día, escenas cotidianas, momento de relajación en el jardín, fantasmas que observan los quehaceres diarios (y se llevan las manos a la cabeza cuando son criadas viendo a damas de alta alcurnia realizando mal las labores de la casa) y clientes de la tienda que van y vienen, los lectores somos testigos de cómo se plantean varios misterios sobre los que no se nos dice nada claro durante buena parte de la novela. Se lanzan piedras, se van creando tempestades, pero Hawthorne se guarda muy mucho de poner las cartas sobre la mesa. Sí, lo hace a su debido momento, no deja un cabo suelto, pero a su manera, a su ritmo y cuando él lo cree conveniente. ¿Cómo lo hace? Aquí es donde viene lo que os comentaba arriba, ese 50% del libro que tanto debe al estilo de su autor.

No os voy a decir que es un libro que se lee en dos sentadas. No es verdad. Tampoco es que sea una narración complicada, pero sí preciosista, exhaustiva y detallada, hasta el punto de que no le importa dedicar páginas a las gallinas de los Pyncheon si con eso consigue que el lector entienda lo importantes que son para la familia y sus ratos en el jardín. A pesar de la temática de la novela, los destellos de humor (más o menos irónicos según la ocasión) son constantes durante toda la narración, rebajando un tanto la tensión y la opresión que la casa ejerce sobre sus moradores cuando lo considera necesario. Se toma su tiempo cuando quiere contar algo sin infravalorar en ningún momento al lector; sabe que está ahí porque quiere estar y que le acompaña. Aun así, cuando se ha adentrado demasiado en algún aspecto psicológico que requiere mucha atención por parte de quien lee, le recompensa con diálogos absolutamente brillantes, directos, ágiles y que tienen vida propia, saltan de las páginas y suenan auténticos y vibrantes. Y luego está ese toque tan genuino, tan personal, eso que muchos llaman la voz del escritor hablándole directamente al lector y que a mí no me lo parecía leyendo, me sonaba a algo mucho más intencionado y creativo dentro de su propio carácter narrativo. al parecer se la considera una especie de retórica autoconsciente (he tenido que buscar la denominación, mis conocimientos no dan para tanto). No podría definirla, salvo que la voz narradora parece formar parte de la propia narración, a veces parece como si le hablase a los personajes más que al lector, y la interacción resultante es, a mi parecer, fascinante. ¿El ejemplo por antonomasia? Ese capítulo que os decía arriba. Sublime. Dedicado al juez Pyncheon. No os puedo decir más.

A los que hayáis llegado hasta aquí, que imagino en escaso número, solo puedo deciros que si empezáis a leer La casa de los siete tejados y se os hace un poco lenta al principio, no desfallezcáis. Solo es la sensación de unas pocas páginas. La trama enseguida te engancha, los personajes enseguida te cautivan y te intrigan, el misterio de la casa enseguida te envuelve y como Hawthorne echa miguitas con una frugalidad inflexible, no puedes parar de leer. Son muchas preguntas las que hay que responder y no hay manera de saltarse etapas para encontrar las respuestas. Hawthorne era un narrador maravilloso, genuino, auténtico y pionero, de los que crean escuela y no de los que pertenecen a una de ellas. Si queréis encontrar ese tono del romanticismo que se le adjudica, lo encontraréis. Si queréis encontrar ese tono misterioso y simbólico que se le adjudica, también lo encontraréis. Pero ante todo os hallaréis ante un ejercicio narrativo elegante, exquisito en las imágenes que evoca y que no por ello descuida la historia que está contando, más bien al contrario: se pone a su total y completo servicio.
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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