Hombres sin mujeres

Era un hombre con un corazón purísimo. Creo que lo único que podemos hacer por una persona fallecida es conservarla en nuestra memoria el máximo tiempo posible. Aunque resulte más fácil decirlo que hacerlo. Eso no puede pedírsele a cualquiera.

Por otra parte, a mí nunca me ha disgustado escuchar a los demás y, en concreto, las confesiones del cirujano suscitaban en mí, indefectiblemente, cierto interés. Básicamente era una persona capaz de verse a sí misma de un modo honesto, franco y bastante imparcial. Y apenas temía exponer sus puntos débiles a los otros. Cualidades todas de las que carecía la mayoría de la gente.

Ella lo explica con un ejemplo: un hombre, al abrir una puerta, se encuentra con una mujer a medio vestir. Una persona educada diría: y cerraría la puerta de inmediato. En cambio, la persona con tacto diría: y cerraría la puerta de inmediato.

Nunca le había afligido que dichas mujeres se acostasen con otros y no sólo con él. Al fin y al cabo, un cuerpo no es más que un cuerpo.

Existe una clase de personas que debido a una excesiva preocupación, a sus pocos desvelos, se ven obligadas a llevar una vida sorprendentemente artificiosa. No hay muchas, pero a veces, cuando menos se lo espera, uno se topa con una de ellas.

Pensar separadamente en los hombres y las mujeres no es algo que suela hacer a diario. Apenas nota diferencias en las competencias en función del sexo. Su profesión lo obliga a trabajar con el mismo número de mujeres que de hombres y, de hecho, se siente más cómodo al trabajar con ellas. Por lo general, están atentas a los detalles y saben escuchar.

Cuando su corazón se mueve, tira del mío. Como dos barcas atadas por una cuerda. Que no se puede cortar, pues no existe ningún cuchillo capaz de cortarla.

No obstante, acepté sin más lo que el marido me había comunicado. No albergaba ninguna sospecha. Tras romper conmigo, ella siguió viviendo en este mundo, se enamoraría (probablemente) de alguien con quien luego se habría casado, y el miércoles de la semana pasada acabó con su vida por algún motivo, de algún modo. En cualquier caso. En la voz del marido había, sin duda, un vínculo profundo con el mundo de los muertos. En la quietud de la noche, fui capaz de sentir esa cruda conexión. Percibí la tirantez del hilo tensado y su agudo destello. En ese sentido, llamarme pasada la una de la madrugada —fuese o no su intención— era la opción correcta para él. A la una de la tarde seguramente no habría causado el mismo efecto.

Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte. Y en ocasiones perder a una mujer significa perderlas a todas.