Cada piedra encerraría un símbolo y, juntas, escalonadas en las elevaciones donde las habían arrojado y afirmado milenarios cataclismos, formarían el inmenso monumento arcano de Pier Francesco Orsini.
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Cada piedra encerraría un símbolo y, juntas, escalonadas en las elevaciones donde las habían arrojado y afirmado milenarios cataclismos, formarían el inmenso monumento arcano de Pier Francesco Orsini.
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La veo, intacta, luminosa, transparente, en la distancia inmensa del tiempo, cruzar las salas del palacio romano, conjurando con su aparición a los duendes y a los vampiros que lo habitaban. La veo, inclinada en las terrazas de Bomarzo, bajo un quitasol redondo, o avanzando por el jardín italiano de la villa, entre los canteros geométricos, tan radiante que sus ojos azules brillaban más que las alhajas de sus manos y de su seno, y que su piel, adivinada bajo el velo con el cual se protegía del aire, parecía esparcir a su paso una suave claridad, como si toda ella fuera una lámpara de alabastro encendido.
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Lo más vergonzoso que voy exponiendo como una materia vergonzosa y vil, es que yo los hubiera querido, yo los hubiera adorado a Maerbale y Girolamo, como adore a mi abuela. Hubiera adorado al cardenal y al condottiero. Los necesitaba; los necesitaba terriblemente, como necesitaba de los osos invisibles que me protegían en Bomarzo durante mis caminatas nocturnas. Pero me rechazaron, me humillaron. Y el resentimiento creció dentro de mí como una planta negra nutrida con hiel. Gerolamo Cardano apunta en sus páginas "De Subtilitate", que los jorobados son los más viciosos de los hombres, porque el error de la naturaleza envuelve su corazón. No es cierto. A mí me atacaron y me defendí. Me odiaron y odié. Pero ansié delirantemente, hasta las lágrimas, que me amaran.
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Gregorio Samsa es un ...