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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
01 December 2020
Cuando compramos una novela negra que no refleja el mundo profesional del crimen y cuya trama no consiste principalmente en la resolución de un misterio criminal puede que nos extrañe, al menos en un principio. Si además el argumento no resulta del todo violento sino que se lee con cierta complacencia, nos vamos arrellanando en el sillón tranquilamente, incluso con una sonrisa preparada para aflorar en cualquier momento. Si esa novela negra es de Petros Márkaris seguro que nos encontramos en la situación descrita antes y seguro que la leemos encantados, sin sentirnos defraudados en lo más mínimo. Acabo de leer el último suceso de Kostas Jaritos, el recurrente policía griego que Márkaris ha llevado a la fama. Kostas es más que un personaje de ficción. Su personalidad discreta, el amor por su familia, los entretenimientos sencillos que llenan su escaso tiempo libe y su espíritu tolerante y generoso consiguen acercarlo al mundo real. Lo percibimos parte de nosotros.

Leemos los casos de Jaritos y nos sentimos inmersos en una comisaría real, con sus fallos, sus triquiñuelas para conseguir información, sus bromas más o menos acertadas, sus deducciones más o menos científicas, «El acuerdo es unánime y el tema queda zanjado. A continuación cojo el bolso femenino de la silla de al lado […] Karambestos tira del bolso y lo abre […] —Puedo afirmar que soy veterano en temas de antiterrorismo, pero es la primera vez que veo un comunicado escrito con letra caligráfica y entregado dentro de un bolso de mujer».

Pero es que, además, sentimos a Kostas como un conocido, alguien al que le deseamos todo lo bueno porque es una buena persona, que vive según sus escasas posibilidades «descarto la idea de ir en coche patrulla. No quiero que mi ascenso se me suba a la cabeza. Mejor seguir fiel a mis viejas costumbres. Bajo al garaje para coger el Seat.»

En ocasiones recuerda a otro entrañable del género, el teniente Colombo, aunque Jaritos no incorpora el aire inocente y despistado; su forma de actuar es directa; se enfada o ríe según las circunstancias, se emociona con las muestras de amor y lo observa todo mientras no duda en alabar las ideas que aportan quienes trabajan con él «—Ha hecho muy bien, director, en decirle que es la policía la que determina qué datos son confidenciales y cuáles no— le digo». Como tampoco teme pedir ayuda en sus razonamientos, tanto a sus compañeros como a los ciudadanos o incluso a la prensa. Ahí está lo bueno, Kostas Jaritos es tan humano que parece ficticio.

En La hora de los hipócritas los asesinatos terroristas se convierten en las espadas justicieras que ansía el pueblo, y no solo de Grecia. También en nuestro país oímos noticias de blanqueo de dinero, de pobreza, de envejecimiento de la población sin que los jóvenes se atrevan a traer más hijos, a no ser los guiados por una creencia religiosa o aquellos potentados que alardean, de forma casi ofensiva, de familias numerosas. Esto forma parte ya de un retrato de la sociedad actual en la que los trabajadores miran el panorama pero no ven, absurdamente cargan contra quienes pretenden cambiar la normalidad instalada; son aquellos asalariados que se conforman con las migajas sobrantes de los impostores, a los que adoran agradecidos como si se tratase de salvadores «Formaba a los jóvenes que luego empleaba en sus hoteles con sueldos de miseria […] eran la tapadera que ocultaba sus intereses económicos».

El argumento de la novela desvela una Grecia en crisis que no superó el desastre financiero de Europa. Esto hace que Jaritos no disfrute como es debido de su recién estrenada condición de abuelo ni de su ascenso (merecido) a subdirector, aunque gracias a la promoción puede contactar directamente con los ministerios europeos, después de que un supuesto comando terrorista asesinara a un empresario intachable, al querido director general del Instituto Nacional de Estadística, responsable de asuntos laborales, a tres políticos europeos que celebraban la subida del Producto Interior Bruto, y pretenda lo mismo con una de las directivas de un conocido banco.

Los dos primeros casos se llevan a cabo de la misma manera, mediante una bomba en el coche. En un principio no parecían tener nada en común, aunque luego veremos que el punto de unión entre los asesinados residía en el dinero: «relacionar los dos asesinatos. No me siento muy esperanzado aunque la pasión de ambos por la economía podría abrir una grieta en el muro».

Por supuesto, el tercer atentado también tiene que ver con el falseo de datos económicos y el cuarto es el detonante para que los propios asesinos se entreguen pues la víctima no fue la directiva bancaria sino el aparcacoches que intentaba sacarle el vehículo. El comando pretendía hacer justicia con todos los hipócritas que se jactan de que todo va bien cuando en realidad sigue existiendo el paro y solo les va bien a los poderosos, a determinados empresarios y políticos.

La trama no es muy original, tampoco la línea de investigación pues cumple todos los pasos a seguir en riguroso orden. Kostas no se salta las normas ni se permite excesos. Sin embargo el argumento tiene la intriga justa para involucrar al lector. al ser una mezcla de drama y misterio lo de menos son los asesinatos que, por otro lado, y a pesar de la violencia que conllevan, quedan expuestos sin detalles siniestros; cuenta más la intensidad de lo ocurrido puesto que compromete al funcionamiento de un país, de los países desarrollados. El lector se mantiene interesado y motivado para seguir investigando con la policía en un caso del todo realista, basado en hechos totalmente actuales, «Lo matamos porque sus estadísticas decían que el paro se ha reducido […] pretenden que ganar cien euros al mes te convierte en trabajador, cuando hasta los mendigos ganan más que eso».

Indudablemente yo calificaría a La hora de los hipócritas de novela roja, más que de novela negra.

Lo mejor, como siempre en Petros Márkaris, es la narración. El humor asoma para quitar gravedad a los hechos y contribuir a una lectura ágil, al mismo tiempo que aporta una visión amable de la existencia «—Rápido, le está esperando —me dice el agente en la antesala, como si le supiera mal no poder prestarme un monopatín». No cabe duda de que el humor también es una excusa para denunciar algunas situaciones de la vida en Grecia (¡tan familiares en España!) y para resaltar la buena relación de una pareja que no puede ocultarse nada:

Maldigo ser tan cenizo […] tener que circular bajo los grifos abiertos del cielo en una ciudad donde el tráfico se colapsa con las primeras gotas de lluvia.

—¿qué vas a hacer con todo esto? —Pregunto.
Deja la bolsa y me echa una de aquellas miradas que te clasifican como discapacitado mental.

En el proceso lector reconforta la fluidez con la que pasamos de conocer, emocionados, la vida íntima del comisario a observar, conmocionados, la hipocresía social y el daño que supone al ciudadano medio el que los potentados dispongan de paraísos fiscales que custodian su comodidad, holgura de vida y placeres, «A una familia de asalariados le resulta imposible no ya comprar, sino siquiera alquilar una vivienda en una gran ciudad».

La realidad queda al descubierto con una sencillez impecable, porque todo ocurre de forma natural sin que nadie se duela por ello. La acción de la hora de los hipócritas no es trepidante. Los asesinatos no son escabrosos y sin embargo presenta una sociedad macabra en la que la normalidad discurre entre las diferencias económicas de sus habitantes. La desigualdad se va acentuando cuando los recursos de la mayoría se tambalean. Y nadie reacciona. Nos dejamos llevar por la burocracia, que nos ahoga y por los aplausos de los hipócritas, que nos seducen. Nuestra realidad se parece más al mundo ficcional que la propia novela.

Petros Márkaris aprovecha el entorno político de izquierdas en el que se mueve su protagonista para delatar las injusticias y los desmanes que comenten ciertos poderosos y cuya consecuencia es la ruina del país «No podemos descartar que las finanzas de la familia Fokidis oculten más trapos sucios».

Márkaris no tiene ningún problema en desmontar ciertas imágenes arquetípicas a través de la denuncia social, mientras esos modelos son utilizados para comprender los conflictos del ser humano.

En esta novela no hay crímenes refinados ni mentes retorcidas. Tampoco encontraremos ambientes sórdidos que deban ser liberados por el héroe. Aquí el enigma es descubierto por los propios asesinos aunque esto hace que se instale en el lector y en el comisario Jaritos una inquietud mucho mayor, al ser conscientes de dónde está lo verdaderamente malsano y de que los “idiotas” se han cansado de serlo.
Márkaris ha conseguido su objetivo: Denunciar la realidad vergonzosa que ocurre en pleno siglo XXI

Somos la clase media en su conjunto […] quienes corremos el riesgo de quedarnos sin trabajo […] los que hemos cotizado toda la vida a la Seguridad Social […] trabajamos duro y el Estado nos recompensa cargando el mayor peso sobre nuestras espaldas.

No se puede decir más claro. ¡Bravo por Petros Márkaris!

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