La chica descalza en la colina de los arándanos

El tono del policía es paternal, condescendiente. Golpea rítmicamente la libreta con el bolígrafo, pero no apunta nada. […] Ha ido allí porque no le queda más remedio, porque tiene un papel que representar, pero todas las preguntas que le hará, ya han sido respondidas de antemano.

Se habla mucho de acoso en las aulas, parece que no hay día en el que no haya una noticia al respecto, pero solo puedo decir que no es nada nuevo bajo el sol. La vida transcurre así desde siempre y solo nos llevamos las manos a la cabeza cuando sucede en otro lugar, cuando le pasa a gente desconocida a la que solo ves a través de la pantalla del televisor. Si las cosas se ponen feas para los chicos al otro lado de la calle, la solución consiste en correr las cortinas para no verlo e ignorarlo hasta que mañana sea otro día.
Es fácil hacerse el sordo cuando el vecino empieza a gritar.

El primero me lo pasé acurrucada en un rincón, junto a la puerta, sin saber qué hacer. No te dan un manual de instrucciones cuando regresas del otro lado, o cuando no te vas, o qué sé yo cómo definir esta situación tan rara. Esto no es una película de Tim Burton.

No tengo mucho que decir acerca del hecho de morirse. Nunca pensé demasiado en eso. En el momento exacto en el que uno va y la palma. Creo que, como a todos, me interesaba más, si es que alguna vez me lo planteé en serio, lo que ocurriría una vez pasas al otro lado, por decirlo de algún modo.

Siempre sería la chica invisible. La que vivió y murió sin hacer mucho ruido. Un fantasma en vida, igual que en la muerte.

Nadie volvería a oírme.
Nadie llegaría a sentirme.
Nadie podría verme.

—Sí, Nick, escúchame. Compréndeme. Necesito paz, redención y que pongas bombillas nuevas.

Creo que la influencia del cine es demasiado grande y no te la quitas de encima ni post mortem.

No soy más que una cáscara hueca y rota. No soy más que un reloj sin pilas.