Hay dos cosas que aprendí de pequeña y que no hizo falta que nadie me enseñara: la primera, que si deseas que alguien te quiera con locura tienes que tenerlo un poco abandonado. La segunda, que la genética es una cosa bien puta.
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Hay dos cosas que aprendí de pequeña y que no hizo falta que nadie me enseñara: la primera, que si deseas que alguien te quiera con locura tienes que tenerlo un poco abandonado. La segunda, que la genética es una cosa bien puta.
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Somos las dos caras de una moneda, Mara, de la misma. Cuando tú miras adelante yo lo hago hacia atrás. Soy el viento que alza esas olas que te arrastran, eres el agua que llena de fango mis pulmones al respirar. Somos silencio y ruido. Me hablas de vida y te ciegas a la muerte, no sé si queriendo o porque no lo puedes evitar.
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Y lo llamo Hogar, sí, aunque bien podría llamarlo Madre. No es fácil de entender que esa casa fuera la que me criara, la que me acunara, la que me hiciera lo que soy. Ya lo sé, es algo muy complicado, pero es la verdad: entre esas paredes vivieron tres personas, o cuatro, o cinco, cada uno que eche la cuenta que quiera, a las que una casa modeló, cuidó y después mató.
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El aire en la pequeña, acogedora y oscura salita era el aire de una cripta. De un mausoleo. La casa, un cementerio. No sólo nos lucrábamos con sus desgracias, no nos limitábamos a hacer negocio con el dolor y la desesperación, no; también nos quedábamos con los recuerdos de aquellos a los que habían perdido.
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A lo mejor es tan sencillo como que no debimos jugar a la mierda de los Asuntos de Muertos, ¿no te parece? A lo mejor es que engañar a los vivos, saquear a los muertos y organizar un circo de visiones de ultratumba no era una buena idea. No sé. Se me ocurre empezar por ahí.
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Soy la incógnita de una ecuación errónea desde su planteamiento. Soy un elemento inestable, como la nitroglicerina. Soy lo que nadie debe ser.
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Nunca se irían, no, porque las cosas que no existen no pueden desvanecerse. Lo que ya está muerto no puede volver a morir. Las cenizas no pueden volver a arder.
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Vivíamos del miedo, comíamos del miedo. Los Asuntos de Muertos eran un negocio muy lucrativo, no iba a negarlo, pero requerían estómago y falta de escrúpulos y yo, esa noche, no podía hacerlo, ni siquiera como demostración.
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Yo también lo llevaba escrito hasta en los huesos y lo llevaría toda la vida. Nosotros no sabemos perdonar. Nosotros no sabemos olvidar. Así había sido siempre. Así seguiría siendo.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.